Cuantas veces vivimos en nuestra vida esta experiencia. Pasar del agobio, del miedo, de la incerteza, a la alegría de ver nuestra vida renacida. Por circunstancias propias o de personas a las que queremos, las oscuras nubes que lo cubren todo de oscuridad, se ven disipadas por la claridad de un sol que lo ilumina todo. Se deshace el nudo y la vida se nos presenta como bendición y compañía. Celebremos cada día el milagro del renacer, sabiendo que el camino es largo, pero estamos bien acompañados.
Jesús no oculta a sus amigos que llorarán y se lamentarán. En contraste con el mundo, cuya alegría refleja la satisfacción por su aparente victoria. Pero inmediatamente les anuncia la alegría. El será su alegría, y en la alegría encontrarán la fortaleza. «Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (EG 1)
«Vuestra tristeza se convertirá en alegría» A veces creemos que debemos estar tristes y tener caras de compungidos en la vida y que la alegría no va unida a la vida creyente. Y nos equivocamos, pues él nos recuerda que la alegría es el estado natural del cristiano al que llegar.
La tristeza se convierte en alegría cuando el Señor se hace presente en la vida. Es él quien alienta la luchas, las incomprensiones, los vacíos y los miedos. Quien nos regala la oportunidad de situarnos desde otra perspectiva frente a las adversidades.
El poder del Espíritu es convertir la tristeza en alegría. La tristeza de la ausencia será alegría en la acogida del Espíritu, en dejarle sitio en nuestro corazón. No hay ausencia, es diferente presencia. Dios siempre está con nosotros. El Dios de Jesús siempre está.
El Espíritu transforma nuestra soledad con compañía, nuestra tristeza en alegría, nuestra oscuridad en luz, nuestro desconsuelo en esperanza.
La alegría del evangelio es la de saber que no estamos solos. La de sentirnos queridos. La que no pasa, la que permanece. La de corazón. Es contagiosa, de unos a otros, es parte del anuncio y la misión. La que Él nos da al romper la soledad y su ausencia, la del Espíritu Santo.
Esperanza
La noche de la humanidad
se va cerrando impenetrable.
Pero ella está ahí
firme, fuerte, fiel;
iluminada y luminosa.
La esperanza…
que sostiene
y que hace crecer.
La esperanza…
que tiene forma de cruz,
pero también de piedra corrida.
Que tiene el sabor amargo de la hiel,
pero también el aroma del mejor vino.
Que nos sumerge en lo rutinario,
pero con la novedad de lo creativo.
Que sangra,
pero desde la rugosidad
de la herida cicatrizada.
Que es agua para el sediento,
pan para el hambriento,
descanso para el extenuado.
Que es justicia para los olvidados,
prole para los estériles,
y corazón abierto para los hermanos,
porque late en el silencio,
el germen de una nueva humanidad.
(Hermana Viviana Romero)
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