"Este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. (Lc 15,1-3,11-32). En el evangelio Jesús revela el corazón de Dios: siempre misericordioso con todos; cura nuestras heridas para que nos podamos amar como hermanos. Dos hijos que muestran la relación con el Padre. Uno, joven, inmaduro, egoísta, autosuficiente y vividor. Renuncia a la compañía de su padre buscando una falsa libertad. Otro, mayor, resentido, egoísta, alejado en la cercanía con el padre. Esclavo de una falsa obediencia . El hijo pródigo somos todos. El hermano mayor también. Ojalá sepamos ser, un poco, como ese padre bueno. Ser hijo es ponerse en sus manos en la debilidad, saberse acompañado en el camino. Nos ama. Hoy recibimos una invitación clarísima a la reconciliación. Podemos perdernos, alejarnos, equivocarnos, pero los brazos de Dios permanecen siempre abiertos y dispuestos a abrazarnos. Dios es siempre un nuevo comienzo. Lo hace todo nuevo....