"El que come mi carne... habita en mí y yo en él". (Jn 6,52-59). Una de las experiencias más maravillosas del seguimiento de Jesús resucitado es la mutua habitabilidad: basta con adherirse al Señor, con comulgarle, para que Él habite en ti y tú en Él. De esta realidad deducimos que un discípulo de Jesús nunca estará sólo, sino habitado. Jesús es quien nos da vida. El pan de la vida. Su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida. El que lo come vivirá para siempre. Comer su carne y beber su sangre es habitar en él y dejarse vivir en él. Una gracia que se regala y solo tenemos que acoger " El que come mi carne... habita en mí y yo en él". Carne es historia, es realidad, es compromiso. Habita en nosotros si comulgamos con Él, si abrimos de par en par las puertas de nuestro corazón y le dejamos sitio. Es una unión íntima, real, en la historia. No quiere quedarse en la imaginación, quiere ser tan real que habita en nosotros y nosotros e...