"Mis ojos han visto a tu Salvador" (Lc 2,22-40) El nacimiento de un niño implica siempre la irrupción de una promesa. ¿Qué será de este niño? Nunca puede preverse el alcance que una nueva vida va a tener para el desarrollo de la entera historia humana. De ahí el sentido de esta fiesta de la presentación: luz para alumbrar. Simeón y Ana lo reconocen y hablan de Él. José y María se quedan boquiabiertos. No dan crédito de lo que dicen de Él. El anciano Simeón es un hombre justo y piadoso, lleno de esperanza, confiado en la promesa de que vería al Salvador. Esta esperanza y la fuerza del Espíritu de Dios le ayudarán a reconocer en aquel niño al enviado de Dios, y a ver en él a quien será la luz de las naciones. La luz que Él da es aquella que hace resaltar lo bueno, que nos hace ver en el otro a un hermano y no a un enemigo. Jesús es «luz para iluminar a las naciones». Como el sol que nace sobre el mundo, este niño lo redimirá de las tinieblas del mal, del dolo...