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Para iluminar

 


"Mis ojos han visto a tu Salvador"
 
(Lc 2,22-40) 

El nacimiento de un niño implica siempre la irrupción de una promesa. ¿Qué será de este niño? Nunca puede preverse el alcance que una nueva vida va a tener para el desarrollo de la entera historia humana. De ahí el sentido de esta fiesta de la presentación: luz para alumbrar.

Simeón y Ana lo reconocen y hablan de Él. José y María se quedan boquiabiertos. No dan crédito de lo que dicen de Él. El anciano Simeón es un hombre justo y piadoso, lleno de esperanza, confiado en la promesa de que vería al Salvador. Esta esperanza y la fuerza del Espíritu de Dios le ayudarán a reconocer en aquel niño al enviado de Dios, y a ver en él a quien será la luz de las naciones. La luz que Él da es aquella que hace resaltar lo bueno, que nos hace ver en el otro a un hermano y no a un enemigo.

Jesús es «luz para iluminar a las naciones». Como el sol que nace sobre el mundo, este niño lo redimirá de las tinieblas del mal, del dolor y de la muerte. ¡Cuánto necesitamos, también hoy, esta luz!


"Iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él."
Llenos de gracia, como María. Llenos y llenas de gracia. Tenemos la presencia de Dios envolviéndonos. Por dentro: habitándonos; por fuera: esperándonos. Sólo nos queda abrir los ojos a esa gracia. Cómo la semilla que crece sola también nosotros crecemos en la sensibilidad a Dios. Reconocemos lo acompañados que somos por el Espíritu. Nos admiramos de la generosidad que somos capaces de desplegar. Dichosos los ojos y oídos, que ven y oyen diariamente las maravillas de Dios.

Pregoneros y profetas

Cuando pase el mensajero
que no me encuentre dormido,
afanado en otras metas,
indiferente a su voz.
Que no sea su relato
semilla que el viento barre
o luz que a nadie ilumina.
Cuando pase el mensajero
que no le vuelva la cara
para esquivar su propuesta.

Se presentará en un libro,
en un verso,
o será estrofa de un canto
que me envuelva.
Vendrá, tal vez, en un amigo,
en un hombre roto,
o en el pan partido.
Le abriré la casa,
pondré en juego el corazón
y escucharé, con avidez,
sus palabras.

Y entonces
me cambiará la vida.

(José María Rodríguez Olaizola, SJ)


 

 

 

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