“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8, 34-9, 1). No podemos seguirlo sin renunciar a lo que nos creemos que somos. Somos en tanto en cuanto creemos en su misericordia, en su presencia entre nosotros y su actuar en nuestra vida para que seamos reflejo de su amor. La vida cristiana consiste fundamentalmente en un discipulado, es decir, en seguir el estilo de vida del Maestro. Ese seguimiento tiene dos características básicas: el negarse a sí mismo y el tomar la propia cruz que nos depara la vida. Con ambas, es verdadero seguimiento. Las condiciones del seguimiento son claras. No hay engaños. Negarse a sí mismo para afirmar a Dios en nosotros. Tomar la cruz de cada día. La de la mediocridad, la injusticia y los egoísmos. Y seguirlo, porque él va delante de nosotros abriendo el camino. La cruz, como la de Jesús, nos debe llevar a la entrega, aunque no sea querida pero sabemos cómo extender...