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Seguirle

 

 

“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, 
tome su cruz 
y me siga” 
(Mc 8, 34-9, 1).

No podemos seguirlo sin renunciar a lo que nos creemos que somos. Somos en tanto en cuanto creemos en su misericordia, en su presencia entre nosotros y su actuar en nuestra vida para que seamos reflejo de su amor.

La vida cristiana consiste fundamentalmente en un discipulado, es decir, en seguir el estilo de vida del Maestro. Ese seguimiento tiene dos características básicas: el negarse a sí mismo y el tomar la propia cruz que nos depara la vida. Con ambas, es verdadero seguimiento.

Las condiciones del seguimiento son claras. No hay engaños. Negarse a sí mismo para afirmar a Dios en nosotros. Tomar la cruz de cada día. La de la mediocridad, la injusticia y los egoísmos. Y seguirlo, porque él va delante de nosotros abriendo el camino.


La cruz, como la de Jesús, nos debe llevar a la entrega, aunque no sea querida pero sabemos cómo extender los brazos en ella y abrir el corazón desde ella para que otros sean. La cruz no es buscada, ni deseada, pero forma parte de la vida del hombre.

Pese al peso de la cruz, hay que seguirle y seguir, convertirla en lugar de entrega y encuentro, en momentos de fe y esperanza, en pórtico de una resurrección con Él.


"Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará."
Un náufrago que quiere salvarse se agarra desesperado a su tabla. Nosotros que también queremos salvarnos nos apegamos a personas, a instituciones, a éxitos, riquezas, seguridades. Nos perdemos por acumulación de recursos. En cambio, quien vive la conciencia de su precariedad, convive con su vulnerabilidad y abre los brazos a la intervención providente de Dios. Me salvas tú Señor, no yo ni mis estrategias.


Nuestro Padre Dios nos ha dado la vida y a ella, un sentido. Nuestra cruz es descubrir que vivimos en un mundo de hermanos en que el amor fraterno está sobre todo lo demás. Formamos parte de una sociedad humanizada que busca vivir la paz que nace de la verdad, la justicia y la solidaridad.

Señor, enséñame a descubrir tu presencia en todo y en todos.
En la suave brisa, en la gota de rocío, en una diminuta flor,
en cada ser humano, en los pobres…
Señor, ayúdame para que encuentres la verdadera vida en ti
y prepárame para contemplar tu maravilloso Reino
Envíame a ser presencia de tu amor entre las gentes.
Amén.

 

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