“Dijo el ojo a sus compañeros: veo más allá de esos valles un montaña envuelta en nubes. ¡Qué montaña más solemne! A lo que el oído respondió: “pues yo no oigo su voz”. Por su parte, añadió la mano: pues yo no puedo tocarla. Así que esa montaña no existe. Intervinieron las narices. Nosotras no aspiramos su perfume. Luego no debe existir tal montaña. Mientras el ojo seguía contemplando la belleza de la montaña, los demás sentidos se reunieron a deliberar, qué motivos habría tenido el ojo para tratar de engañarles. Discutieron entre sí y llegaron a la conclusión: “El ojo, sin duda, ha perdido el juicio”. Khalil Gibran