“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. (Mc 7, 31-37). Hace oír a los sordos, y hablar a los mudos. Hace soñar a los escépticos y aterrizar a los ingenuos. Hace amar a los indiferentes y resistir a los frágiles. Y allá donde pone su mano, deja una huella de vida. "Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.". Nos sana pasar ratos a solas, apartados de la gente, donde Jesús sea capaz de acariciar nuestra carne enferma. Su caricia nos devuelve la vista. Su beso nos devuelve el habla. Cuanto enfermamos por soledad, por convivir con las mentiras, por creernos rotos para siempre. Y llega Él y sin temor nos restaura como a un mueble viejo, y nos devuelve la vida y el esplendor. Ábrete a que hoy tu vida puede ser nueva. “Effetá, ábrete” . Abiertos los oídos para escuchar el grito de los que sufren, el susurro del mar, la llamada del que está solo, la palabra amable de quien te quiere, ...