«Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre, que me ha enviado». El Padre es quien envía y quien atrae. Quien lo escucha va a Jesús. Quien cree en Jesús tiene vida eterna. Es el pan de la vida. El que baja del cielo. El que da vida para siempre. El que da vida al mundo. La pena es que nos falta fe para creerlo.
”Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí” No sólo debemos escuchar sino también aprender para hacer nuestro aquello que escuchamos, para que al cumplir su voluntad no seamos borregos que no pensamos sino personas libres que hacemos las cosas porque queremos y amamos.
El Padre empuja hacia Jesús porque éste es su don, la expresión de su amor a la humanidad. Lo mismo hace el Espíritu. Quieren compartir con nosotros su alegría; nos dicen que sólo una persona puede dar sentido a nuestras vidas: Jesús. Quien oye estas llamadas empieza a caminar hacia algo nuevo. Pasa hoy por la vida haciendo el bien, es la mejor manera de decir a todos que vas con Jesús.
Quiero pasar mi vida escuchándote, mi Dios.
En tiempos de eclipse de Dios, pudiera parecer que ser creyente es un obstáculo para el desarrollo personal. Sin embargo, Jesús nos advierte lo contrario: el que cree tiene vida eterna. La fe es una ganancia, no una pérdida. Si él es el pan de vida, sólo desde él tenemos futuro.
Señor, atrae nuestro corazón hacia Ti
y danos hambre del Pan vivo que nos da la vida eterna.
'El que cree tiene vida eterna', la vida eterna la da la fe. La vida eterna es una vida plena. La fe es una relación con Él. Él llama y nosotros respondemos. Una respuesta a la propuesta que Él hace de estar con Él, de ser sus amigos. Una manera de estar en el mundo que convierte la vida en plena, en feliz, en eterna. Una manera de ser discípulo, de vivir el Evangelio. La fe posibilita esa vida con Él que se convierte en 'eterna', en plena, en proyecto de felicidad. La respuesta, la fe, el seguimiento, hace que nuestra vida cambie, que se llene de un sentido nuevo. Si está llena de verdad se convierte en vida eterna.
El que cree más allá de sus propias fuerzas, abre la vida a sus máximas posibilidades. Nunca dejes de creer en el amor, en el milagro, en la sorpresa. En encontrar esa melodía que resuena en tu interior. Creer en las personas, en su bondad, en su capacidad de compartir. Creer que estamos bien hechos, que somos buenos, que nuestras inquietudes son el motor de seguir buscando. Y sobre todo, nunca dejemos de creer que el día de hoy es un regalo. Que se nos da para poder reír y amar.
Envíame, Señor
Envíame, Señor,
como bálsamo en las heridas del hermano
y fragancia de Evangelio derramado.
Envíame, Señor,
como oasis en tierras de desierto
y morada para vidas sin techo.
Envíame, Señor,
como candil en medio de la noche,
como buena noticia para los pobres.
Envíame, Señor,
como hogaza para el hambriento
y agua fresca para el sediento.
Envíame, Señor.
Camina a mi lado
para que mi misión
no sea en vano.
Envíame, Señor,
y dame nuevos hermanos
para que juntos
proclamemos tu reinado.
(Fermín Negre)
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