El que viene a mí no tendrá hambre,
y el que cree en mí no tendrá sed jamás"
(Jn 6,30-35)
Jesús se presenta como el pan de vida. No es una entelequia, ni un fantasma, ni una mera idea. El Señor, por su infinita misericordia, advierte que quien acuda a él no tendrá hambre, y el que cree en él nunca tendrá sed. Mensaje claro, directo, que algunos se niegan a comprender.
Con Él se terminan las hambres, se terminan los sin sentidos y los vacíos. Con Él nos saciamos de verdad, nos llenamos de sentido. Es un pan de vida, para vivir, nada de muerte ni de pérdidas, nada de alejarse del mundo donde se debe vivir, no hay otro sitio.
Un pan que se da para todos, que se parte y parte para que nadie se quede sin comer, para que todo adquiera verdadero sentido con y en Él.

No te canses nunca de pedir este Pan: "Señor, danos de ese pan". Que esta sea nuestra súplica e invocación este día y siempre.
Señor, danos siempre de tu pan.
Pan de vida que se parte, se reparte y se comparte.
Pan que sacia el hambre egoísta.
Pan que da la vida que no nos damos a nosotros mismos.
Pan que saca de todo materialismo, injusticia y necesidad.
Danos de tu pan. Haznos de tu pan.
Eres nuestro alimento, no el que nutre el cuerpo,
pero sí el que renueva cada día la opción
por la entrega y el amor.
Los días son largos, las exigencias muchas y nos cansan.
Pero acudir a ti, en los sacramentos,
en la escucha de tu Palabra,
nos renueva la esperanza y nos anima a seguir en la donación de nosotros mismos.
Escuchar cada noche como agradeces nuestros intentos
de amar es la mejor recompensa.
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