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Permanecer, permanecer, permanecer…

 

“Yo soy la vid vosotros los sarmientos”
 
(Jn 15,1-8).

Todos sabemos que una rama suelta no da fruto, ni tiene vida propia, pero unido a la vid deja de ser una rama para ser un sarmiento con vida y que da fruto. Así nosotros de manera individual no servimos para nada, unidos a él damos frutos.

Nuestra relación con Jesús es mucho más que la mera relación Maestro-discípulos. De alguna manera él está en nosotros y nosotros en él. Es una relación de pertenencia y de dependencia: somos parte de su ser y sin él no podemos hacer nada. Lo expresa con la vid y los sarmientos.

Estamos llamados a no secarnos, a tomar de Él la vida que necesitamos para que todo adquiera verdad y profundidad. El fruto es para otros, lo aprendemos de Él. El fruto se da y es el que alimenta a otros, el que generosamente se comparte con los demás. Los frutos serán de Él si es con Él con quien estamos, somos y vivimos. Los frutos serán generosos si la Palabra los llena, si la Palabra nos moldea.

"Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros." Nos ves limpios, nos regalas el mandato de "amaos unos a otros", nos llamas a ser discípulos. Nos confías todo. Por nuestra parte nos sentimos indignos, pecadores, insatisfechos. Algo no cuadra. O tu mirada sobre nosotros es ingenuamente divina. O acumulamos pesadas cargas de culpabilidad sobre nuestros hombros. Ya es hora de soltar lastres, de vivir en la autoexigencia. Es hora de cambiar la mirada. Que fijemos más los ojos en ti que en nosotros mismos.


El que permanece en mi y yo en él da fruto abundante”
Permanecer, permanecer, permanecer… Es la insistencia de Jesús a los discípulos. Los de ayer y los de hoy. Permanecer en él para dar fruto. Permanecer en él para que permanezca en nosotros. Permanecer en él para poder hacer algo. Permanecer en él para pedir.


 Señor, ayúdame a permanecer siempre unido a Ti,
 para dar frutos de amor y esperanza.
Es lo que busco, permanecer en ti.
Y dejar mi fruto en tus manos.
Sin tensiones ni pretensiones
Señor Jesucristo, Vid verdadera, 
ayúdame a recibir con gratitud la poda del Padre, 
entendiendo que cada corte en mi vida será para bien mío, 
y para que pue­da dar un fruto más abundante. 
Limpia mi corazón y mi mente.
Que pueda ser un sarmiento saludable, que lleva mucho fruto. 
Que mi oración refleje siempre un corazón alineado 
con tus deseos y tus propósitos.
 Concédenos, a todos tus discípulos, 
la gracia de ser verdaderos portadores de tu amor 
y tu luz en este mundo.
Amén.


“Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante”
La gloria del Padre consiste en que todos vivamos en plenitud, pero la violencia de unos contra otros oscurece su rostro. Cuando los discípulos de Jesús dan fruto alegran el corazón del Padre, cuando son lugares de comunión hacen brotar una sonrisa en los ojos del Padre, cuando ven a cada persona como un don dan gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Alégrate con las personas que viven cerca de ti. Gózate con sus éxitos.

 

Permanecer

Hoy todo fluye,
todo cambia,
todo trae fecha de caducidad.
Maldito presente absoluto
que se nos ha instalado dentro,
como un intruso,
ocupando las estancias
de la memoria y la esperanza
con su ahora
cargado de exigencias.
Y así, huérfanos de historias
y vacíos de futuro,
somos presa
de los estados de ánimo,
tan cambiantes.
Nos devoran las crisis
en tiempo menguante.
Nada perdura.
Ni el amor.
Ni las promesas que hicimos
y que recibimos.
Ni la confianza
en el para siempre.
No sabemos conjugar
el verbo permanecer,
y exigimos
que todo, hasta Dios,
cambie a nuestra medida.
Así no hay viña que crezca y dé fruto.
Devuélvenos, Señor,
la conciencia
de tu tiempo y tu presencia.
Enséñanos a ser sarmientos
de la vid, que eres Tú.
Devuélvenos la fe,
Tú que calmas las tormentas.


(José María R. Olaizola, SJ)

 


 

 

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