Valoramos la autenticidad de un suceso según la veracidad de quien da el testimonio. Para desacreditar a Jesús de Nazaret muchos manipulan interesadamente los textos evangélicos. Sin embargo, la verdad se abre paso: es el Espíritu de la verdad el que da testimonio de Jesús. Aprecia a los que dicen la verdad; favorece lo que tenga que ver con la verdad.
No es fácil ser testigo del evangelio, pues a veces nos llevará ir en contra de lo que la sociedad piensa, debemos saber que no podemos callar, que la fuerza del Espíritu nos lleva a denunciar las injusticias.
El Paráclito, el Espíritu de la verdad, el que procede del Padre, el que da testimonio de Jesús. Con él podemos dar testimonio. Por él superaremos miedos y escándalos. En él soportaremos la exclusión, la incomprensión y la persecución.
Tenemos que tener experiencia de encuentro con el Señor para poder proponer a otros que es posible, que se acerquen sin miedo a Él. Estar y ser de Jesús nos dará razones y fuerza para dar testimonio de Él, mostrarle en medio del mundo con nuestras palabras y gestos. No vamos a estar solos, tendremos la fuerza, los dones, la presencia del Espíritu en nosotros que nos ayudará a dar testimonio. Un testimonio verdadero, que hable de Él y no de nosotros, que es propuesta para que otros lo conozcan, al que nos anima el Espíritu.
Que siempre recordemos que no estamos solos, que tú estás con nosotros, enseñándonos
Dar testimonio no es ponernos un disfraz de ser celestial. No es hacerlo todo bien. No es responder a todas las expectativas que otros tienen sobre nosotros. Es mirar al interior y hacer en cada momento lo que entendemos del Espíritu Santo. A veces será tomar decisiones impopulares. Decir a veces que sí, otras que no. Pero la motivación será siempre el amor. Cuanta más cercanía tengamos con Jesús, cuando desde el principio de cada jornada más nos conectemos a Él, más vida seremos capaces de dar.
Testigo
Si te atacan, déjame ser
testigo de la defensa.
Quiero gritar al mundo
nuestra amistad
aunque demasiadas veces
te he fallado.
Intentaré,
esta vez,
soltar la piedra
y escribir, en la arena
palabras de amor,
como Tú me enseñaste.
Déjame mostrar el barro
que tú vuelves tesoro
si te dejo ser
alfarero de mis días.
Contaré las historias
que aprendí de Ti.
Expondré tu lógica
que trastoca protocolos.
Y aunque mi palabra
sea solo balbuceo,
basta un eco de tu voz
para despertar, en otros,
nostalgias de infinito.
Sé que Tú no necesitas
mi defensa,
pues tu evangelio
ya venció.
Soy yo, que necesito
ser más discípulo,
aprendiendo, de Ti,
a hacer de la vida
hogar y fiesta.
Que quien me escuche, Te oiga
y quien me busque, Te halle.
Que quien me encuentre, Te abrace.
Y quien me mire, Te vea.
(José María R. Olaizola, SJ)
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