El Apóstol Felipe, como tantos cristianos, no había descubierto que Jesús: era la imagen perfecta del Padre. Por eso le dice: "quien me ha visto a mí, ha visto al Padre". Con ello, nos recuerda nuestra misión en el mundo: ser imagen de Dios para que lo reconozcan y crean en Él.
Nos acercamos a Dios por Jesús. La mejor manera de hacerlo es aprender del Maestro y Señor. Sus Palabras hablan de Dios, sus gestos muestran a Dios, su propuesta es la de Dios, su vida es de Dios. Él quiere facilitar el encuentro, hacerlo posible. Él es Dios.
Es Jesús quien nos muestra al Padre, el Camino para llegar al Padre, la Verdad que nos da seguridad de encuentro, la Vida que nos llena de sentido. Él nos conoce, es nuestro Pastor, nos ama. Nosotros lo conocemos por la entrega y el amor que Jesús nos tiene.
Conocer no es un mero acto intelectual. Es profundizar en el ser y la esencia. Jesús nos invita a un conocimiento que desafía nuestras limitaciones y se abre a la gracia. Que se deja embargar por el Misterio, creer en él, y abandonarse en él como un pedigüeño. Sólo tenemos que escuchar a Jesús, aprender de Él, repasar sus propuestas, escuchar su llamada... para poder conocer al Padre, sentir su amor y amarle.
"El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago." La fe nos capacita para vivir no en modo vagón, sino locomotora. No en modo víctima pasiva de las circunstancias. Sino en autor y autora protagonistas de nuestra propia historia. Alfareros que modelamos la persona que queremos ser. Jesús nos regala la posibilidad de vivir en modo hijos de Dios. En modo sanador, en modo acompañante de la vida de otros. Los que creemos en ti descubrimos una vida nueva y nos decidimos a vivir en el amor.
Quien te ve a ti, Jesús, ha visto a Dios Padre.
Tus palabras son las palabras creadoras del Padre.
Tus milagros reflejan el poder salvador del Padre.
Tus lágrimas brotan de los ojos compasivos del Padre.
Tu perdón nace del corazón misericordioso del Padre.
Tu muerte en la cruz revela el amor generoso del Padre,
que no se reserva lo más querido, que se entrega del todo.
Tu resurrección es un soplo de la vida del Padre,
que renueva a cada persona y al universo entero.
Gracias, Jesús, por derribar nuestras ideas de Dios,
tan cortas como nuestros miedos y deseos.
Gracias por revelarnos el verdadero rostro de Dios.
Gracias por salvarnos del miedo a Dios y al futuro.
Señor, transforma mis sentimientos,
pensamientos y comportamientos;
a fin de que, unido a ti, mi vida sea también
transparencia de las palabras, la fuerza,
el perdón y el amor del Padre.
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