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Lo sabe, te comprende y te ayuda.

 


“Sígueme”
 
(Jn 21,1-19).

Jesús les pregunta a sus discípulos: ¿tenéis ἰχθύς (pescado escrito en griego)? Es un acróstico profundo y significativo: Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ "Jesus Cristo, Hijo de Dios, Salvador". Sin Él no hay pesca. En la abundancia de peces (de vida) se reconoce al Señor.


Una comunidad reunida entorno a la comida, a la mesa, al encuentro de compartir la vida. Es la propuesta de Jesús, sentarse con Él, dejar que nos reparta el pan y el pescado. 'Almorzad' como amigos, como hermanos, como los que comparten la vida. El almuerzo es parar un poco para reponer fuerzas, hay que dejarle sitio a Él. El almuerzo se hace con los compañeros de trabajo, con amigos, Él es nuestro Amigo.

Señor Jesús, ayúdame a reconocerte en lo cotidiano 
y a servirte con amor en cada acción de mi día.


«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».  
Al final todo se queda en el amor. Jesús le hace las preguntas a Pedro que resumen el sentido de la vida: "¿Has vivido? ¿Has amado?" Ese es el juicio final. Nuestra respuesta será presentar nuestro corazón lleno de nombres. Pedro recuerda las tres veces que negó a Jesús. Sabe que sus palabras, sus deseos, sus promesas se quedaron en nada por el miedo. Pero experimentó la misericordia infinita de Jesús. Le rehabilita, le confía de nuevo su misión. Gracias por nunca dejarnos de querer y de llamar.


"¡Señor, tú lo sabes todo!"
... Antes que pronuncies alguna palabra, Jesús, ya lo sabe, te comprende y te ayuda.

La vida cristiana consiste en un discipulado, es decir, en seguir la huellas del Maestro que va por delante y va señalando el camino a seguir. Nunca un discípulo es un prosélito, y mucho menos, un mercenario. El discípulo sigue a su Maestro, vive sus valores, se adhiere a él.

Cristo nos llama a entregarnos de forma generosa, total, radical, constante, auténtica, conquistadora, sacrificada. ¿Puede contar con nosotros... o nos vence la pereza?

Amo, Señor, tus sendas

Amo, Señor, tus sendas, y me es suave la carga
que en mis hombros pusiste;
pero a veces encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,

que el agua del camino es amarga, es amarga,
que se enfría este ardiente corazón que me diste;
y una sombría y honda desolación me embarga,
y siento el alma triste y hasta la muerte triste…

El espíritu es débil y la carne cobarde,
lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
de la dura fatiga quisiera reposar…

Mas entonces me miras… y se llena de estrellas,
Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas,
con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.


(José Luis Blanco Vega, SJ)


 

 

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