(Jn 14,27-31).
Todos anhelamos vivir en paz. A nivel global ante las noticias diarias de guerras y genocidios. Y a nivel personal, íntimo, con ausencia de conflictos e intranquilidades. La paz del mundo está en función del interés del momento, no es duradera. La paz que tú nos regalas no es externa, no viene de fuera. Es la paz que nace de alinear lo que vivimos con la voluntad de Dios. Por ello la paz de Dios llena el corazón y nos invita a afrontar las dificultades de cada día sabiendo que el mal nunca vence, aunque a veces lo parezca. La paz que nos da Jesús no es la paz de este mundo. No es una paz ausente de conflictos y renuncias. No la del bienestar y sin problemas. Es la paz que se abre paso entre las indiferencias, la que compromete y crea enemigos. La que pone a la persona en el centro. Es saber en cada momento que lo que vivo es regalo, viene de parte de Dios y lo acojo con la confianza de quien desea amar lo real. No idealizar otras opciones que me alejan de la fuente de paz: tú presencia alentadora.
Cuando muchos creen construir la paz desde posiciones de fuerza, o desde equilibrio de poder, acogemos la palabra del Señor que nos revela que Él es fuente de paz, y nos da la paz como in regalo. Así nos llena el corazón de paz y nos capacita para ofrecer paz a nuestro alrededor.
Nos trae paz, una paz diferente. La paz del encuentro amigable, del encuentro de amor, del encuentro con Dios que ama sin medida. Es un encuentro basado en la fidelidad y la entrega, en la generosidad en el darse que Él hace real siempre. Fuera miedos y dudas. Que nada ni nadie nos quite la paz que Él nos da, la que nos hace sentirnos queridos por Él.
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