Jesús y su familiaridad con el Padre
"Las obras que yo hago en nombre de mi Padre,
ésas
dan testimonio de mí"
(Jn 10,25)
El pueblo reconoce la voz de aquellos evangelizadores que
huelen a oveja, recuerda el Papa Francisco.
Esto ocurría con Jesús por su
proximidad con todos.
Que era también familiaridad total con el Padre: «Yo y
el Padre somos uno».
De esta comunión con el Padre proviene una certeza: «no
perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano».
Como a los
interlocutores de Jesús, podría ocurrirnos que lo hayamos oído muchas veces y
que no acabemos de creerlo.
- Ayúdanos, Señor,
a cultivar la familiaridad con el Padre
y con cada uno de
sus hijos e hijas, hermanos nuestros.
Jesús vive una experiencia fuerte de enfrentamiento con las
autoridades judías.
No hay manera de entenderse.
Cada uno aporta sus razones.
Jesús apela entonces a las obras, que hablan
más claramente que las palabras.
No juegues a vivir,
¡Vive!
Métete en el corazón de la
vida.
Actúa con gratuidad; las personas valen mucho más que las
cosas.
Te alabo y te bendigo, Jesús.
Tú estás a favor del ser humano,
aunque eso te acarree persecución.
Que tu vida atraiga a muchos a seguirte.
“La naturaleza está llena de palabras de amor”
(LS 225).
Pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante,
de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia?
Nos puede
ayudar la percepción, que es una experiencia totalmente nueva.
Con la
percepción no necesitamos lograr nada.
La presión por lograr eficacia, el tener
que hacer algo trae consigo miedo y angustia.
En la contemplación no
necesitamos lograr nada.
Elegimos estar.
No pretendemos hacer, sino ser.
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