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Dichosos


 "Bienaventurados los pobres, 
porque vuestro es el reino de Dios." 
(Lc 6,17-26).


Cuando pensamos en una vida feliz imaginamos que sería muy diferente de la que cada uno tenemos. Otras circunstancias, otros recursos, diferentes lugares, otros compañeros de camino. Y lo cierto es que Jesús habla de lo contrario. O encontramos en nuestra realidad lo que nos hace agradecer y ver la mano de Dios. O nuestras citas futuras con la plenitud nunca llegarán. Porque abrazamos ensoñaciones idealizadas, no un camino verdaderamente humano.


La felicidad es nuestro mayor anhelo. ¿Somos capaces de descubrirla? ¿Vivimos de “chispazos” momentáneos... o tratamos de buscar dónde está la verdadera felicidad?

Tenemos en nuestro interior un hambre insaciable de felicidad. Pero si nos preguntan qué es la felicidad o cómo alcanzarla seguro que sería más difícil ponernos de acuerdo. En cualquier caso, las bienaventuranzas de Jesús suscitan en nosotros un interés y confianza por lograrla.


El Evangelio es una invitación a encontrar la alegría y la felicidad en la confianza en el Señor. Aquellos que ponen su confianza en otros dioses acaban encontrando tristeza y vacío dentro. No es sano vivir con el corazón dividido.

Las Bienaventuranzas son el programa que Jesús propone. Confronta la pobreza del reino de Dios con las riquezas; el hambre que será saciada con la saciedad del poder; y el odio, la exclusión y la infamia con los que ahora son alabados y viven de las apariencias.


Dios está cerca de los hombres y mujeres de este mundo. Llama bienaventurados a los más necesitados, no es indiferente a su dolor. También da unas advertencias para aquellos que, acomodados en su privilegio, somos indiferentes a la situación de nuestros hermanos. Nos ama a todos, a unos se acerca para cuidarlos, a otros para recordarnos que no podemos ser indiferentes con los que sufren.

Que el sello de tus Bienaventuranzas, sea la rúbrica de tu nombre, Oh Jesús, en mi vida.



Nos enseñas a ser felices

Gracias, Jesús, porque nos enseñas el camino de la felicidad,  sobre qué valores organizar nuestra vida y el mundo.
Tú declaras felices a los que se saben necesitados y frágiles, y tienen hueco en su corazón para el amor de Dios, mientras que declaras infelices a los que engordan  su “Yo” con el confort, el placer o el dinero.
Tú proclamas dichosos, y les das el reino de Dios, a los últimos e infelices.
Tú les devuelves la dignidad y la esperanza a todos los que nosotros creemos desgraciados.
Tú proclamas afortunados a los pobres y a los humildes, a los que lloran y a los que sufren, a los que tienen hambre y sed inagotables de fidelidad a Dios, a los misericordiosos que saben perdonar, a los que proceden con un corazón limpio, noble y sincero, a los que fomentan la paz en torno y desechan la violencia, a los que son perseguidos por servir a Dios y al evangelio.
Tú fuiste, Jesús, el primero en realizar tal programa, Tú eres nuestro ejemplo y nuestra fuerza.
Amén.

 


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