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Hoy recordamos a San Jerónimo que  dedicó su vida al estudio y traducción de las Escrituras. Fue un hombre de Dios que no temió, pese a las grandes dificultades que encontró en su vida. ¿Cómo es tu relación con la Palabra de Dios? ¿Dedicas tiempo a leer y meditar la Biblia? Ora pidiendo un amor profundo a las Escrituras e implora la sabiduría necesaria para comprenderlas y aplicarlas en tu vida diaria, para no rechazar a los mensajeros de Dios cuando parecen dirigirte a lugares que te inquietan.
Una estima por la Sagrada Escritura, un amor vivo y suave por la Palabra de Dios escrita es la herencia que san Jerónimo ha dejado a la Iglesia a través de su vida y sus obras. 


Escribió San Jerónimo: «Cuando san Juan, el discípulo amado, era ya muy viejito lo llevaban a las reuniones de los cristianos y lo único que les decía era: “hermanos, ámense los unos a otros”.  Repetía siempre lo mismo, pues y si lo cumplimos, todo lo demás vendrá por añadidura» 

“Todas mis fuentes están en ti” (Sal 86)
La fuente de tu Palabra.  
Que sacia mi sed de ti.  
Cada día.  
Gracias, Señor, por el don de tu Palabra,  que llega a mi vida, la contrasta, la renueva, la hace suya.  
Gracias, Señor, por todo lo que recibo de ti por medio de ella.  
Gracias, Señor, por el don de tu hijo, tu Palabra hecha carne, 
que cada día me une estrechamente a él. 
Gracias.

Encomendémonos a  María, que mejor que nadie puede enseñarnos a leer, meditar, rezar y contemplar a Dios, que se hace presente en nuestra vida sin cansarse jamás.

                                                              María enséñanos a mimar, acoger, meditar, contemplar, 
orar la Palabra, como hizo San Jerónimo, para encontrar la fuerza ante la radicalidad del seguimiento  que Jesús nos pide. 
Maestra del Discipulado, Señora del Seguimiento, 
enséñanos, tú perfecta discípula a decir sí, tu sí que es ejemplo y modelo, 
para hacer vivo y verdadero nuestro seguir a Jesús. 



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