Hay que prepararse para la despedida. Cenar con los amigos, decir adiós, se intuye una traición… Llegan momentos cruciales. ¿Está preparado mi corazón? ¿Me dejo mover y conmover por Jesús?
Se ajustaron con Judas en treinta monedas de plata. Jesús tiene el precio de la tradición. Ya no se ve al amigo, al Maestro. Todo es reducido a un precio, y el dios dinero enaltecido. Y quien lo entrega pregunta: ¿Soy yo acaso? Sin responsabilidad.
Es el día de la traición. De la negociación fría. Pero también el día del silencio de Jesús, que conoce el corazón de Judas… y no se defiende. Hoy es un día para mirar el pecado con seriedad. El pecado tiene consecuencias. Pero también es día para abrirnos a la misericordia: Jesús no maldice a Judas, le llama “amigo” incluso en Getsemaní.
Jesús desea celebrar la Pascua con sus discípulos. En ese contexto, instituye el sacramento de la Eucaristía y del Sacerdocio: dos modos de establecer su presencia entre nosotros como uno de sus mayores regalos. La vida cristiana consistirá en celebrar esa presencia del Señor.
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». La respuesta de Jesús es clara: "en tu interior". Es en el corazón donde se presentan las grandes batallas. Es en la elección entre la confianza o el control. Entre el miedo que aísla o la libertad que crea. La batalla entre el rencor o el perdón. La gran guerra entre acoger un amor real, o intentar dosificar la entrega. En estos días vamos a acompañar al que decide amar hasta el extremo. Puedes ser espectador o protagonista. Cada uno decidimos.
Busquemos un sitio, abramos la puerta, dejémosle sitio, preparemos la mesa... vamos a celebrar una Pascua con Él. El sitio es nuestro corazón, la puerta es nuestra vida y dejarle sitio, la alegría y la fiesta por estar con Él, el tiempo es ahora y hoy.
Todos tienen sitio, los fieles, los que piensan en otras cosas, los que sueñan, los que se quieren arreglar la vida, los que pasan... La mesa es abierta y para todos. Que Él haga Pascua en y con nosotros. Hay que prepararse para tres días plenos, intensos, únicos.
«El Maestro dice: mi hora está cerca» Y seguimos sin entender lo que vamos a vivir. Nos creemos fuertes y que nunca le daremos la espalda, pero pronto lo dejamos solo y nos escudamos en los demás para no reconocer que no hemos sido capaces de hacer de la vida reflejo de su amor.
¿Seré yo, Maestro,
quien afirme o quien niegue?
¿Seré quien te venda
por treinta monedas
o seguiré a tu lado
con las manos vacías?
¿Pasaré alegremente
del «hossannah»
al «crucifícalo»,
o mi voz cantará
tu evangelio?
¿Seré de los que tiran la piedra
o de los que tocan la herida?
¿Seré levita, indiferente
al herido del camino,
o samaritano conmovido
por su dolor?
¿Seré espectador o testigo?
¿Me lavaré las manos
para no implicarme,
o me las ensuciaré
en el contacto con el mundo?
¿Seré quien se rasga las vestiduras
y señala culpables,
o un buscador humilde de la verdad?
(José María R. Olaizola, SJ)
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