Mirar a la Cruz. Hasta las palabras sobran. Es suficiente con lo que ven nuestros ojos y siente nuestro corazón. Cristo crucificado… ¿sabes cuánto te quiere Dios?
Señor, ayúdanos a contemplar tu cruz con fe y a seguirte con un corazón fiel v entregado.
«¿No eres tú también de sus discípulos?» El momento de la soledad, cuando no sabemos acompañar al que sufre, ni siquiera con el silencio somos capaces de estar sentados a su lado. Es el momento de la negación cuando a aquel que nos ha amado, no le devolvemos el amor que nos da
El Señor en la cruz lo da todo: nos da su perdón ("Perdónalos porque no saben lo que hacen"), nos da su vida ("inclinando la cabeza, expiro"), y nos da la herencia más valiosa, a su propia madre: "Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la tomó como cosa suya".
Es una entrega total, sin reservas. Todo por amor. El amor lo puede todo. Puede dejar sin palabras a los que se reían de Él. El amor puede transformar la mayor injusticia en perdón. El amor convierte la Cruz en abrazo y el abrazo en universal.
Ni un grito, ni una maldición, ni un miedo, ni un reproche... el amor verdadero aguanta la mirada de bondad y ternura hasta el final.
«Está cumplido». E inclinando la cabeza, entregó el espíritu." Todo se está cumpliendo en nosotros. Lo que vivimos, al igual que Jesús, mezcla de acogidas y rechazos, de alegrías y penas, que nos van configurando. Como a Jesús también nos acompañan soledades angustiosas y abrazos sanadores. Todas las vidas transitan por diferentes escenarios. Lo que necesitamos es la decisión que tuvo Jesús de pasar haciendo el bien. Hasta la cruz. Y lo hizo.
Tu cruz, mi vuelo
En tu cruz, Señor,
solo hay dos palos,
el que apunta como una flecha al cielo
y el que acuesta tus brazos.
No hay cruz sin ellos
y no hay vuelo.
Sin ellos no hay abrazo.
Abrazar y volar,
ansias del hombre en celo.
Abrazar esta tierra
y llevármela dentro.
Enséñame a ser tu abrazo.
Y tu pecho.
A ser regazo tuyo
y camino hacia Ti
de regreso.
Pero no camino mío,
sino con muchos dentro.
Dime cómo se ama
hasta el extremo.
Y convierte en ave
la cruz que ya llevo.
¡O que me lleva!
porque ya estoy en vuelo.
(Ignacio Iglesias, SJ)
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