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La primera...

 

«El que esté sin pecado, 
que le tire la primera piedra». 
(Jn 8,1-11).

El evangelio nos presenta el episodio de la mujer sorprendida en adulterio. Mientras los escribas y fariseos quieren lapidarla, Jesús devuelve a esta mujer la belleza perdida y escribe para ella una nueva historia.

La mujer sorprendida en flagrante adulterio viene sola, señalada, acusada y condenada. Los hombres la tachan de adulterio. A ella. Jesús escribe en el suelo. Una mujer pecadora y todos los demás acusadores. Que tire piedras el que no sea pecador. Todos se fueron.


 
 
 
 
Una vez más, Señor,
tu cercanía, tu compresión, tu acogida.
Una vez más desarmas a los armados de la ley,
de la verdad, de la justicia,
 para llevarlos al terreno de la misericordia.
De tu misericordia.
Una vez más, Señor,
hoy, pones delante de nuestros ojos un espejo,
 para que mirándote nos veamos…
y nos convirtamos a vivir,
ya sin reservas, la alegría de tu evangelio.


Acostumbrados a condenar, nos sorprende sobremanera un Dios misericordioso y perdonador. Él era el único que no tenía pecado, por tanto, el que podía llevar a cabo aquella ejecución. Pero él no había venido al mundo para condenarlo sino para salvarlo. Somos muy afortunados.


Todos compartimos una misma realidad, la imperfección y la fragilidad que nos constituyen. Por eso carece de sentido constituirnos jueces de los demás. La actitud frente al pecado propio o de los otros no puede ser la del señalamiento, o la de erigirnos jueces de otras vidas. Sino la de Jesús que se abaja para levantarnos. Jesús es el que se inclina ante mi vida arrastrada y la levanta, la restaura, con su amor y su compasión.


Él nos pone de pie... en silencio espera nuestra mirada, quiere mirarnos a los ojos para que su perdón llene nuestro corazón. Él sabe la Ley pero no tira piedras, sabe las consecuencias del pecado pero no condena. Su propuesta es el perdón, comenzar de nuevo.
El perdón rehace la vida, no excluye, deja sitio, facilita el encuentro. Jesús guarda silencio para encontrarse con la persona, mirarla, escucharla... y perdonarla.


Que, en esta Cuaresma, Señor, pueda experimentar tu gracia transformadora en mi vida, y permita que tu amor y tu perdón me guíen hacia la plenitud de la vida en Cristo. Amén.
 
Jesús supera las condenas humanas con un amor sin medida. ¿Juzgo severamente a los demás? ¿Qué me falta para mirarlos con la ternura de Dios?


 

La primera piedra
 
«El que esté libre de pecado
que tire la primera piedra».

Poco más hay que decir.

El milagro es que te escuchen.
Que comprendan tus palabras.
Que dejen caer al suelo
cada pedazo de roca
y decidan no avanzar
por la calle de la furia.
El milagro es que, al oírte
se descubran, reflejados
en esa mujer que llora
por todo lo que se ha roto
en su vida y en su historia.

Inesperada victoria
de una humildad renacida.

Tentación es, en la vida,
destrozarnos a pedradas.
Es complicado mirarse
y reconocer las sombras.
Solo cuando tú las nombras
algo se mueve por dentro.
Es más fácil arrojarnos
piedras, insultos, lamentos.
Escondernos tras fachadas
de perfección aparente.

Pero tú insistes, paciente.

«El que esté libre de pecado
que tire la primera piedra».


(José María R. Olaizola, SJ)
 

 

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