Tras el signo del sepulcro vacío y las apariciones del Resucitado, comienza a afianzarse la convicción de que el Señor estaba vivo y presente entre sus discípulos. Esta convicción se convierte en anuncio misionero de esperanza. Jesús Resucitado envía a la misión comunitaria.
"¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?" Los discípulos que van a Emaús van cegados por la decepción y la tristeza. Las palabras de Jesús les abren el entendimiento y los afectos. La explicación de las Escrituras les hace arder el corazón. Algún día descubriremos asombrados como todo lo que hemos vivido tiene sentido. La fe en la resurrección nos permite entender los signos que Dios nos regala para que descubramos que absolutamente todo lo que ocurre es para nuestro bien.
A Jesús le costó hacérselo entender a los caminantes de
Emaús. Ellos seguían entristecidos, fracasados, solitarios. Jesús se hace
compañero de camino de los que se marchaban desalentados. Su palabra penetra en
su desencanto y la vida vuelve a sonreír en su interior. La presencia del
resucitado les convirtió en corazones ardientes Del desencanto pasaron al
agradecimiento, de la desilusión a la esperanza. Todo fue fruto del encuentro
con Jesús. ¿Te nacen deseos de contar a Jesús? Que en el día de hoy también arda nuestro corazón por lo
acompañados que somos. Y el pan partido, reconocerlo.
«Quédate con nosotros, porque atardece el día va de caída» Debemos invitarle a quedarse con nosotros, a que nos vuelva a hablar para que aumente nuestra fe y cuando se caliente nuestro corazón, levantarnos para ir a anunciar la buena nueva a nuestros hermanos, que ha Resucitado.
Fue una invitación, algo sencillo. «Quédate con nosotros». Una mesa, un trozo de pan, eran tres, se comparte la comida... y en eso partió el pan, lo repartió después de bendecirlo y se les abrieron los ojos, y lo reconocieron como el Señor. Está vivo, ha resucitado. «Quédate con nosotros». Es Él quien camina con nosotros, que Él es la Palabra y el Pan de vida.
Ardía y arde mi en el recuerdo de tu voz magnífica, tu voz suave y perfumada, tu voz dulce y luminosa, tu voz potente, la voz que es tu Palabra, con la que hiciste todas las cosas,
con la que transformas mi luto en danzas, mi desierto en vergel florido, mi oscuridad en claridad de tu presencia, mi tibieza en volcán enamorado.
Arde mi corazón cuando me hablas en el silencio, y aunque no lo sepa, ni lo comprenda, se que tu hablar me arrulla y me embriaga, como el perfume del nardo.
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