Celebramos la resurrección pero el corazón sigue llorando. Seguimos con la fragilidad que acompaña lo humano. Pero contamos con Jesús que nos pregunta por el origen de nuestras lágrimas, de nuestras tristezas. Nos grita: "Ánimo, yo he vencido al mundo". Ha vencido todo lo que a nosotros nos oprime. El miedo, la culpa, la distancia, el pecado. Nos toca en este tiempo ir abriendo el regalo. Descubrir en lo cotidiano esa presencia que transforma la muerte en vida, el luto en danzas.
María Magdalena está atrapada en el sepulcro. Los recuerdos y la muerte le provocan el llanto. Ella quiere encontrar un cadáver. Jesús quiere saber a quién busca. Las lágrimas le impiden verlo. Solo su nombre pronunciado por el Resucitado le hará descubrir la Vida
“Mujer, ¿por qué lloras?¿a quién buscas?” Te busco a Ti; creo que lloro por Ti, porque te he perdido, y ando buscándote entre los muertos cuando estás vivo. Pero sin saberlo lloro porque todavía soy incapaz de reconocerte, hasta que no oiga tu voz que me llama y pronuncia mi ser con amor. Te busco, Señor, como la amada busca al amado, sin cabeza, sin aliento, solo con el corazón envuelto en el deseo de saber que te amo desde las entrañas de tu mismo amor. ¡María! ¡Maestro!
De repente, su nombre, «¡María!», todo ha cambiado por completo. Es tan o más transformador este encuentro que el primero que tuvo en los caminos de Galilea. Su corazón da un vuelco, nota una alegría que le lleva a gritar «¡Rabbuní!». Ella está triste, enfadada por no encontrarlo, y de repente... Él. Todo se llena de luz, de novedad, de gozo.
Uno de los signos de la inteligencia está en aprender de la experiencia de los demás. Aprender de la experiencia de los demás es muy útil y necesario para enriquecer la propia vida. La Magdalena comunica su experiencia a los Apóstoles: "He visto al Señor y ha dicho esto".
El rostro luminoso de una mujer comunica que ha visto al Señor. Su espera amorosa y confiada terminó en el encuentro con el que amaba su alma. Una mujer se convierte en mediadora de encuentro con Jesús para otros. Una mujer habla abriendo caminos nuevos de libertad. Contempla los rostros de los que te rodean. ¿De qué te hablan?
«Me han quitado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Marchamos por el mundo y no encontramos nada en qué poner los ojos, nadie en quien podamos poner entero nuestro corazón.
Desde que tú te fuiste nos han quitado el alma y no sabemos dónde apoyar nuestra esperanza, ni encontrarnos una sola alegría que no tenga venenos. ¿Dónde estas? ¡Dónde fuiste, jardinero del alma, en qué sepulcro, en qué jardín te escondes?
¿O es que tú estás delante de nuestros mismos ojos y no sabemos verte? ¿estás en los hermanos y no te conocemos?
¿Te ocultas en los pobres, resucitas en ellos y nosotros pasamos a su lado sin reconocerte?
Llámame por mi nombre para que yo te vea, para que reconozca la voz con que hace años me llamaste a la vida en el bautismo, para que redescubra que tú eres mi maestro. Y envíame de nuevo a transmitir de nuevo tu gozo a mis hermanos, hazme apóstol de apóstoles como aquella mujer privilegiada que, porque te amó tanto, conoció el privilegio de beber la primera el primer sorbo de tu resurrección. Martín Descalzo
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