Amanece en nuestras vidas cuando nos encontramos al Señor. Se presenta discreto, en la orilla de nuestra vida, sin invadirnos, sin ordenarnos. Y nos pregunta si hemos pescado algo. ¿De qué hablas? ¿Por qué lloras?, ¿Tenéis peces? Siempre pregunta algo personal para oír nuestra voz, para que le reconozcamos. Y al oír como pronuncia nuestro nombre todo cambia. ¡Es el Señor! ¡Vive, me acompaña, nos cuida, nos ama! Tiempo de reconocer los frutos que su vida da en la nuestra.
Aquella noche no pescaron nada. Están todos los discípulos, pero faltaba Jesús. Echad las redes en su palabra es no poder sacarla por la multitud de peces. El Señor prepara las brasas, pero el pescado lo pone nuestra pesca, que si es por su palabra, será abundante.
“Echad la red a la derecha y encontraréis” No nos damos cuenta pero lo que se nos pide no es algo imposible, sino que es algo tan sencillo como anunciar el evangelio a todas las gentes en la vida cotidiana, es entonces cuando no le damos importancia y dejamos de hacerlo.
El corazón ve mucho más que los ojos. En la barca todos habían caído en la cuenta del que estaba en la orilla. Sólo quien miraba con el corazón se percató de que era el Señor. Todos fueron a él: unos, en la barca; otro, se lanzó al agua. Pero fue necesaria la indicación del joven.
Sólo el discípulo que tanto amaba el Señor es capaz de reconocerlo al lado de la barca. El amor es la clave para poder reconocerlo y hacerlo presente. El amor que Él nos tiene y el amor que nosotros le tenemos a Él. Es un encuentro real, con un almuerzo en la madrugada.
El que ama descubre la presencia de Dios en su vida y en todo lo que le rodea. Jesús siempre está en nuestra orilla y nos espera con su amistad. Llega de forma gratuita e inesperada. Mira tu vida cotidiana con calma, para que descubras una presencia. Acoge hoy a las personas que vengan a ti y al final del día celebra en la oración tantas visitas inesperadas de Jesús.
Ya no es Maestro, es Señor, a quien sigo, sirvo, por, en y con quien soy. Señor que vive, que llama, que propone, que acompaña, que guía, que protege, que se sienta a mi mesa.
Es el Señor
Eres tú, muerto, y ahora resucitado.
Eres tú, ausente, que te haces presente.
Eres tú, que acompañas nuestro caminar,
Eres tú que sales al encuentro de quien te busca con corazón sincero, con anhelo de amor.
Eres tú, que colmas de alegría nuestro ser
Eres tú, el Señor.
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