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Enséñanos, Señor, a biendecir





“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”  
(Jn 8,7)  
 
“Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales” 
(MV 8).  

¡Cuánto se agradece una mirada de comprensión cuando nos equivocamos! 
Y a los demás les ocurre lo mismo. 

Enséñanos, Señor, a biendecir
Tenemos en los labios la crítica rápida,
nos damos cuenta enseguida del fallo ajeno,
parecemos niños acusadores, que no aman,
en vez de hermanos fraternos y disculpadores.
Enséñanos, Señor, a hablar bien del otro,
a descubrir su tesoro interior y su mejor parte, 
a disculpar con una ternura como la tuya, 
a comprender metiéndonos dentro de su persona.
Tú que con todas las personas provocabas encuentros, 
danos la capacidad de respetarnos a fondo, 
la empatía de escuchar al otro desde su música interior, 
y la misericordia de corazón para acogerle como es.
Frena en nosotros toda crítica amarga,
todo comentario descalificador y negativo,
cualquier reproche que distancia y aleja,
y el más pequeño gesto que rompa nuestro amor.
Queremos contigo disculpar siempre,
entender los porqués de la otra persona,
comprenderle incondicionalmente,
restituyéndole la fe en sí mismo
y en nuestra incondicional amistad.
Haznos palabra cálida,
gesto oportuno,
mirada amorosa
y mano tendida, como tú lo eres, Señor.

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