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¡Vívela!

 


«Quien guarda mi palabra 
no verá la muerte para siempre» 
 (Jn 8,51-59)

Decía Santa Teresa que un santo triste es un triste santo. El Evangelio, la vida en Cristo es alegría. ¡Vívela!

El Señor nos muestra dónde se encuentra la fuente de la vida: en su Palabra. El que la escucha, acoge, guarda y la traduce en obras, ese ha encontrado la fuente que da la Vida, y vence a la muerte y a los que construyen la cultura de la muerte, matando la esperanza de todos.

Jesús nos habla de vida: «En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre» Una vida para siempre, que da Dios, que da escuchar su Palabra y hacerla proyecto en nosotros; moriremos como todos pero viviremos por Él. No hay que buscar a otro para encontrar y vivir una vida plena, es Él y su Palabra quien la da, Él vence a la muerte.

"Quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre." La muerte es la disolución y aniquilación del ser. Es el quebrantamiento del amor y de toda aspiración de esperanza. No muere el que vive abierto a la vida que viene de Dios, y el que da su vida por los demás. Dios es el que sostiene la vida. Nos la da por puro amor y la sostiene con su misericordia. Y nos invita a vivir sin miedos, sin culpas, sin frenos. Porque la vida llega a quien está dispuesto a compartirla.

 La vida del cristiano se construye a partir de la Palabra y el Sacramento que es Cristo, de ahí que guardarla y cumplirla nos plenifica y hace que todos nuestros actos sirvan para dar gloria a Dios mostrándolo a los demás.

María guardó en el corazón la palabra de Jesús. Se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe, hacia un destino de servicio y fecundidad. Por eso, vive para siempre, es Madre de todos.

«María, enséñanos a ser contemplativos de la Palabra de Jesús 
en la vida de cada día. 
Señora de la Vida ayúdanos a nacer a la vida para siempre, 
a la comunión con Dios y con los hermanos«.

El anuncio del evangelio resulta incómodo para los enemigos de la verdad. La mentira es astuta y se reviste de complacencia, amabilidad, desagrado y simpatía; de saberes inconsistentes y conformistas. Y cuando no convence y luce, busca tirar piedras de impotencia.

Que nuestras vidas muestren la verdad de un Dios que nos ama, de un Dios cercano, próximo, al que sí le interesan todas nuestras cosas.

Acojamos la Palabra de Dios, pongamos en ella nuestra confianza y vivamos  confiados en sus promesas.

Tiempo de alianzas

Hagamos un pacto:
Tú tenme paciencia,
que yo tendré valor,
y entonaremos un canto
como nunca se ha oído.

Tú pones la fortaleza,
yo la debilidad.
Y envueltos en tu abrazo,
nos lanzaremos
a buscar la justicia.

Tú pones el horizonte,
yo la pasión.
Y hombro con hombro,
hacia ese destino
orientaremos la vida.

Hagamos un pacto:
Tú pones la Verdad,
yo la inquietud.
Tu verdad
y mi inquietud
se enlazarán
en la búsqueda más eterna.

Tú pones la Palabra,
y yo el balbuceo.
Y entre escuchas,
eco y silencios
daremos voz al misterio.

Tú pones la ternura,
yo, cinco panes
y dos peces.
Se saciará el hambre de tantos,
y aún sobrarán doce cestos.

Tú pones la misericordia,
yo algunos aciertos,
y bastantes tropiezos.
Y en la escuela del perdón
brotará la sabiduría.

Hagamos un pacto:
tú quédate a mi lado,
y yo bailaré contigo.


. (José María R. Olaizola, sj)


 

 

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