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Estar con Él

 


"Este es mi Hijo, el amado, 
en quien me complazco. 
Escuchadlo." 
(Mt 17, 1-9)

Como a los discípulos, Jesús nos invita al Tabor, a subir con él a la montaña, a una experiencia gozosa de Dios, a contemplar, despiertos, la manifestación del Padre. Su Transfiguración nos da fuerza y coraje para seguir adelante y ser consecuentes en la vida con nuestra fe.

El domingo nos trae la luz y la paz de la Eucaristía. ¡Siente cómo te da fuerzas para toda la semana! ¡Tiempo al Sagrario! Tiempo para permitir que los rayos de su Divinidad disipen nuestras tinieblas y nos transfiguren en la luz que emana de su Sacratísimo Corazón.

Sal de ti, como Abrahan. Que te sorprendas, como Pedro. Y no dejes de escuchar las palabras del Hijo amado: "Levántate, no temas". Entonces, tu Cuaresma estará siendo fecunda en este camino hacia la Pascua. Del Tabor a la cruz, pero con Jesús.

Jesús sube a un monte alto con tres discípulos. Lugar de encuentro y manifestación. Transfiguración y revelación. Ley, profecía y calidez. Espacio para quedarse, ser cubiertos y escuchar al Padre. Sitio donde ser tocados y levantarse. Oportunidad para bajar y crecer.

El evangelio nos enseña lo importante que es estar con Jesús: estando con Él, de hecho, aprendemos a reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz.

"Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo." 

Tenemos todo el derecho a sentirnos así. Nunca más vivir la orfandad. Nunca más dudar del valor de nuestras vidas. Nunca más dejar que otros nos maltraten o nos desprecien. Dios dijo de Jesús que era su hijo amado, y con él, lo dice de toda persona. Nunca más callarnos y silenciarnos. Nos anima Dios a que hablemos, somos dignos de ser escuchados. Porque Dios escribe en nuestro corazón una carta para ser leída por todos.

Dios mismo señala a su Hijo y lo diferencia de todos los demás, le subordina la ley y los profetas, ordena que sea a Él, y sólo a Él, a quien escuchemos. Hartos de palabras huecas, corremos el riesgo de considerar la Palabra del Señor como una voz más entre otras voces.

Abre nuestros oídos, Señor, para que podamos escucharte en cada persona y circunstancia de la vida... Transfigúranos, Señor, para que bajemos del monte y transparentemos tu luz a todos.

Vivir todo lo que ha pasado en el Tabor no es para cada uno de ellos, es para vivirlo en la tierra, hay que bajar con Él a lo cotidiano de la vida, al hacer de cada día. Todo esto hay que vivirlo, sentirlo y hacerlo... sin miedo, «Levantaos, no temáis.»

«Levantaos, no temáis.» Suficiente para comenzar, para vivir, para bajar de las alturas y caminar con paso firme y animado por la tierra, con los otros, donde Él está.

 



TRES TIENDAS
 
Hagamos tres tiendas
para resguardarnos
del miedo a no poder,
de la indecisión de no saber,
del vértigo de caer.
Hagamos tres tiendas,
aquí,
donde el afecto es cálido,
la fe es segura,
el evangelio amable.
¿Para qué regresar
a la tierra hostil
donde deambulan
quienes ni creen
ni dejan creer?
Hagamos tres tiendas
aquí,
donde tu voz es caricia,
y la mesa está puesta
para todos.
 
No puede ser.
No hay tienda, refugio
ni defensa
para quien hace
de la justicia bandera,
del perdón, camino,
de la cruz, escuela.
Es la intemperie la tierra
donde ha de gestarse el Reino.
¿De qué sirve la calidez
de una piedad íntima
si luego, fuera,
en las calles, en la brega,
se ignora al prójimo
y se trivializa el amor?
¿De qué la devoción fácil
que no conduce a las fronteras
donde se encuentran los extraños,
donde se siembran preguntas
y germinan respuestas?
 
José María R. Olaizola.
 

 

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