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Cuidado

 

 


«El que esté sin pecado, 
que le tire la primera piedra». 
(Jn 8, 1-11).

Compartimos mucho más de lo que creemos. Las luces y las sombras, el amor y el pecado. Y lo que nos rescata siempre es lo mismo: el amor. La misericordia de quien ve en nosotros esperanza, futuro renovado, posibilidades. La mirada de Jesús no es la que se queda con los pecados, los errores, los límites. Nos mira perfectivamente y nos ve desplegados y felices, sin culpa ni condena.

Jesús y los fariseos. Acogida y perdón frente a hipocresía y ley. La mujer sorprendida en adulterio, sin varón adúltero. Ley que acusa y dedo que escribe. Piedra que se quiere tirar y pecado que delata. Dos visiones de la vida, de realidad, de otros y de uno mismo.

"El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". ¡¡¡Cuidado con el juicio y el daño irreparable!!! Jesús acoge, tiene compasión, perdona, mira a la cara, da una oportunidad de cambio... "vete y no peques más". Que el juicio siempre parta de la compasión. Detrás del pecado hay un hombre o una mujer, que hay que escuchar, que debemos atender, que podemos ayudar... Pecadores

Cuando todos condenan, el Señor salva. Cuando todos buscan aniquilar al culpable, el Señor ayuda a reconocerte culpable. Cuando todos marchan para no verse descubiertos en su pecado, el Señor permanece en pie para perdonar todos el pecado del mundo. Él perdona y salva del pecado.

Nada puede cambiar tanto la vida como ser mirado con misericordia y sentirse perdonado.

«Anda, y en adelante no peques más» Al final de la Cuaresma se nos recuerda que no basta con reconocer nuestros pecados, debemos levantarnos, ponernos en camino y esforzarnos por hacer de nuestra vida reflejo de la presencia de Dios, luchando contra nuestros egoísmos.

Todos somos pecadores. Todos. Así que antes de acusar a alguien, mira en tu corazón, y aprende a perdonar

"Anda, y en adelante no peques más" Jesús no ha venido a castigar, sino a curar, a sanar, a perdonar a todo corazón malherido, a alentar a que se vuelva siempre al buen camino…

Creo en ese Dios,
no del dedo acusador,
sino del que guarda silencio
escribiendo en la tierra.
 
Creo en ese Dios
que me invita a mirar
dentro de mí mismo,
antes de juzgar a los demás.
 
Creo en ese Dios
que no airea pecados ajenos
ni busca chivos expiatorios,
para forjar vínculos comunitarios.
 
Creo en ese Dios
que protege a la mujer,
del «excitado» poder varonil
y machismo religioso.
 
Creo en ese Dios
que nunca cierra puertas
y que siempre, siempre, despide
poniéndonos en camino…

(Seve Lázaro, sj) 


 

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