Jesús advierte del mal que provoca la incoherencia, especialmente, la incoherencia de aquellos que se han sentado en la cátedra de Moisés. Se muestran como ejemplo de buena conducta pero cuidado: hay que hacer lo que dicen, no hacer lo que hacen, pues ellos no hacen lo que dicen.
Jesús denuncia la incoherencia de los escribas y fariseos, quienes imponen cargas pesadas a los demás pero no las cumplen, y buscan honores y reconocimientos antes que servir.
Jesús critica la hipocresía de los fariseos y nos llama a sus seguidores a guardar la autenticidad de vida. Pensemos bien, por tanto, en la coherencia entre nuestras palabras y nuestras acciones.
Su enseñanza es clara: la verdadera grandeza no está en la apariencia ni en los títulos, sino en la humildad y el servicio. Ser discípulo de Cristo significa vivir con autenticidad, evitando la vanidad y el protagonismo, y recordando que quien se enaltece será humillado, mientras que quien se humilla será enaltecido. Este pasaje nos invita a revisar nuestro corazón y a preguntarnos si lo que hacemos nace del amor y la entrega, o del deseo de ser vistos y aplaudidos.
Oremos para que Dios nos conceda un corazón puro y sincero, que viva de acuerdo con su palabra y su amor.
Ser visto
Ser es ser visto, dicen.
El mundo se ha vuelto escaparate.
Poses impostadas
para atraer miradas
y ganar halagos.
para obtener influencia.
Si aún fuera influir para bien…
pero es solo por brillar.
Tristes estrellas fugaces
que no conceden deseos.
Vanidad de vanidades,
alimento para egos
hambrientos de adulación.
Hasta el evangelio
se adultera
en seguimientos de diseño.
Apaga los focos
que apuntan a ti mismo,
y señala al único maestro
que no entiende de imposturas.
(José María R. Olaizola, SJ)
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