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Me basta



“Que os améis unos a otros 
como yo os he amado”. 
(Jn 15,12-17)

La clave reside en las últimas cinco palabras:
¿Cómo nos ha amado Jesús?
Mira al crucifijo.
Y escucha a san Pablo: 
Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz (Flp 2, 8); me amó, y se entregó por mí (Gál 2, 20).
¿Lo entiendes ahora? 
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

El amor hace las cargas más ligeras.
Y es el amor el mandato de Jesús para quien quiere seguirle.
En ese amor se reconocen sus discípulos.
No en leyes, normas, dogmas, rituales...
Si el amor orienta la vida, todo está bien.
Ama y haz lo que quieras.

El Espíritu Santo siempre abre caminos nuevos para la Iglesia.
Sopla donde quiere, no lo detienen cadenas, ni muros, ni prejuicios ni fronteras; vivifica con savia nueva el cuerpo de Cristo.
Derrama el amor de Dios que nos recrea.
Entre las ruinas, algo nuevo está brotando

El gran signo de la Iglesia, la vocación de los discípulos, no es otra que la de dar testimonio del amor.
Si existe la Iglesia, es únicamente para esto. Iglesia ¿qué puede buscar el mundo en ti sino el gozo de amar?
Nuestro único mandamiento es el amor.
Si vivimos en amor, la alegría de todos será perfecta: éste es el fruto que debemos dar nosotros los amigos de Dios.
Ahí radica nuestra belleza.
Ahí radica nuestra única razón de ser.
El amor lo es todo: ¡el amor es el mismo Dios!
No somos simplemente "siervos" que obedecemos y cumplimos, sino "amigos" que nos alegramos al escuchar la voz del Amado y somos uno con Él en el amor.

“Vosotros sois mis amigos.”
Nos llama sus amigos, nos revela al Padre y entrega su vida por nosotros... 
¡Es el Señor!
¡Qué importante poder releer nuestra relación con Dios en clave de amistad!
Cambiaría mucho nuestra manera de entender la vida.

“Para obtener una gracia especial, la jaculatoria más eficaz es ésta: María Auxiliadora, ruega por nosotros”. (San Juan Bosco).


María Auxiliadora sálvanos, acércanos a tu hijo SALVA-VIDAS...

ME BASTA TU AMOR

Yo solo quiero pedirte
lo que tú siempre me ofreces,

tu amor y tu gracia que engendran vida,
pero pueden llevar a la muerte
por defender a los asaltados,

que crean salud,
pero pueden llevar a perderla
en el servicio de los débiles,

que nos hacen amables,
pero pueden provocar descalificación social
por no amoldarnos a las leyes,

que fructifican la tierra
con todos los bienes necesarios,
pero pueden dejarnos sin nada
por hacernos hermanos
de los echados de tu mundo.

Yo solo quiero pedirte
tu amor y tu gracia.
Que los acoja en mí
como la última verdad
y que mi corazón diga:
“Me basta”.


(Benjamín G. Buelta, sj)



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