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A multiplicarlas

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  “Muy bien, siervo bueno;  ya que has sido fiel en lo pequeño,  recibe el gobierno de diez ciudades”.   (Lc 19,11-28). Ante la certeza de que el reino de Dios llegaría de forma inminente, Jesús les cuenta la parábola de los talentos. El relato nos habla de una provocadora historia que concluye con una imagen: Jesús que caminaba delante de sus discípulos subiendo hacia Jerusalén. «Caminaba delante de ellos» Al afrontar las dificultades de la vida debemos recordar que Él nos acompaña, no al lado sino delante, espantando nuestros miedos y dando razón a una vida que debemos vivir con actos donde el bien se vea en la relación entre las personas y con Dios. Cuando no tenemos claro que somos siervos, desperdiciamos el tiempo, la energía y los talentos. Estamos llamados a negociar con las minas recibidas. A multiplicarlas. La maldad se oculta en el egoísmo, el miedo a Dios y el mal concepto que de él se tenga. En esta parábola hay una llamada a trabajar incansablemente por el Rei

Encuentro

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  "El Hijo del hombre ha venido a buscar  y a salvar lo que estaba perdido."    (Lc 19,1-10). Nadie esperaba nada de Zaqueo, salvo Jesús. La alegría del encuentro con Jesús, que quiere compartir la vida con nosotros , lleva al don y a la entrega. Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Una persona que recaudaba el dinero de los judíos para los romanos, y se quedaba parte. Una riqueza que lo hacía pobre en valores y relaciones. Pero quiere ver a Jesús. Jesús lo mira, le pide que baje hasta él y Zaqueo se convierte. El más odiado de Jericó había encontrado misericordia a los ojos de Jesús. Se digna entrar en su casa, cosa prohibida, y comparte su mesa. Aquel gesto era sumamente escandaloso, como lo era su promesa de cambio radical. Pero Jesús agradece el gesto: Hoy ha sido la salvación... Jesús, el Hijo del hombre salva lo perdido, lo despreciado, lo que no cuenta ante los ojos humanos. Cuando Jesús viene a habitar tu casa, a hospedarse contigo, te invita también a cambi

Que vea

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«¡Jesús, hijo de David,  ten compasión de mí!».   (Lc 18,35-43). Nos resulta fácil identificarnos con aquel ciego que, al pasar Jesús, grita suplicando compasión. Jesús le pregunta: "¿qué quieres que haga por ti?" ¿Qué responderíamos a esta pregunta? El ciego lo tenía claro. Quería ver. Tal vez nuestra ceguera es la de quien no quiere ver. La ceguera no es solo un hecho físico sino el mental y espiritual. La peor ceguera es la de quien no quiere ver. Una mentalidad atrofiada, una rigidez de planteamientos o una falta de argumentos, producen una ceguera profunda. El Señor puede dar luz si se le deja «¿Qué quieres que haga por ti?» Y nuestra fe hará que las palabras que salgan de nuestra boca estén llenas de la confianza y seguridad que él no pasa de largo. No debemos desesperar ante el mal porque no estamos solos, caminamos unidos en la fe con los hermanos y el Hijo. El ciego confía todo lo que es a Él, su futuro puede ser transformado por Él, tiene fe y la grita