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Ayuna

 


«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»
 
(Mt 9,14-15).

El ayuno es una práctica espiritual que acompaña todas las tradiciones religiosas. Ayunar es enseñar a nuestro cuerpo y a nuestra mente que no puede buscar recompensas inmediatas para mitigar el hambre y la insatisfacción. Jesús ayunó 40 días en el desierto, para que su sed y su hambre se dirigiesen directamente al único que las puede saciar. "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre". Ayunemos de todo lo que no hace bien a los otros ni a nosotros mismos.

 


Preguntan a Jesús por la falta de ayuno en sus discípulos. El Señor les disculpa con vehemencia: cómo ayunar en el banquete de bodas mientras el novio está con ellos. Pero cuando se lo arrabaten, y lo quiten de en medio, entonces sí que ayunarán. La alegría no casa con el duelo.



El ayuno no produce tristeza sino liberación, no es una carga sino una alegría. El ayuno facilita sitio, encuentro con Él. Por eso cuando estamos con Él no necesitamos ayunar. Tenemos que ayunar de lo que nos aleja de Él, que no hace posible o facilita el encuentro.

 

El ayuno no es una mera abstinencia de alimentos. Es una invitación a revisar que «estamos comiendo», y nos aleja de nuestra esencia. No se trata solo de alimentos, también pueden ser hábitos, actitudes, palabras…que no nos hacen ser lo que Dios sueña en nosotros.



“¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?” 
Muchas veces nos han presentado a Jesús demasiado serio, como si estuviera toda la vida sufriendo. Es imposible que no tuviera el corazón rebosante de gozo, un gozo que contagiaba y le gustaba provocar en cuantos se acercaban a él.

Jesús, ayúdanos a recuperar a la alegría, en muchos de nosotros corre el riesgo de desaparecer aplastada por tanta mala noticia. Si estamos contigo ¿qué podemos temer?

Nuestro ayuno siempre es relativo al Señor. Lo hacemos por Él y nos lleva a Él. ¿Soy capaz de ayunar con alegría, con sentido y con compromiso?

 

Cuaresma

Ayuna
de proclamas hirientes, vacías,
de exigencia y reproches.
Ayuna de caprichos
y ocurrencias,
de murmuraciones,
de impertinencia.
Ayuna de ruido,
de polémicas,
de quejas.
Ayuna de evasiones,
de ensueños,
de tu propio reflejo
en espejos engañosos.

En lo escondido
vive el evangelio,
que todo renueva.
Entra en el desierto,
donde encontrarás
la verdad desnuda.
Descubre los signos
que del amor hacen
destino y escuela:
la mesa de todos,
el pan compartido,
la toalla ceñida.
Surgirá la cruz
en el horizonte,
y una encrucijada:
huir o quedarse,
siguiendo las huellas
de quien da la vida,
para que la luz
disipe las sombras
que ocultan a Dios.


(José María R. Olaizola, SJ)
 

 


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