Aceptar

 

«Ningún profeta es aceptado en su pueblo»
(Lc 4,24-30).

Jesús, lleno del Espíritu, fue a su pueblo para anunciar a sus paisanos la gracia. Pero pasó de largo, porque sus miradas no quisieron encontrarse con la suya. Que el Espíritu abra tu corazón y te disponga para recibir los dones de Jesús. Deja que Jesús actúe en tu pobreza y te transmita la energía de su amor.

Tú Jesús, eres mi Dios, eres mi vida, eres mi amor.
Quédate conmigo.

La palabra hoy nos invita aceptar a Jesús. Su propuesta, su mensaje, su llamada, su amistad... y saber que no somos los únicos, que no es exclusivo, que hay muchos, que somos diferentes, que es universal, que somos más, que no es nuestro solamente, que es de todos, que vamos juntos, que nos ama


Él no excluye a nadie, Dios se presenta ante nosotros y está deseoso que le reconozcamos, que respondamos, que nos dejemos cambiar por Él.

No hay primeros y segundos sino que hay seguidores que le reconocen y le siguen. Reconocerle no depende del carnet que tengamos, edad, sexo, procedencia... reconocerle depende de la mirada limpia que tengamos ante Él, presente en el mundo.

 
 
 
 Señor, danos un corazón humilde y abierto
para reconocer tu verdad,
 incluso cuando nos desafía,
y la valentía para seguirte sin miedo al rechazo.
Jesús, ayúdanos a abrir nuestros corazones
y mentes a la verdad de Dios,
independientemente de dónde 
y cómo se nos presente.
Y que podamos seguir tu ejemplo,
 manteniendo la calma y la gracia
incluso en medio de la oposición y el rechazo.
Amén.

Israel, que era el pueblo de Dios, acabó rechazando a Jesús, que trajo una salvación de Dios dirigida a todos. ¿Soy consciente de que, como Iglesia, estoy llamando a salir, a ser misionero, a no encerrarme en “los míos”?

"Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino."  La vida se abre paso entre las circunstancias que cada día nos constituyen. Nadie vive caminos ideales. Nadie se instala en el éxito, o la felicidad evidente. Seguir el camino es activar la esperanza. Es no detenernos en la derrota, ni cronificar la tristeza. Es despertar cada día y asombrarnos de lo que ocurre. Palabras, melodías, personas que aparecen, libros que se cruzan, proyectos inacabables. Vivir es arriesgar y no controlar.

Y yo, ¿cómo miro a las personas que me rodean y, en particular, a los profetas que me recuerdan realidades incómodas?

Señor, cura mi mirada apresurada y superficial y ayúdame a contemplar con serenidad y a descubrir la profundidad de lo que acontece.
Transforma mi mirada pesimista y ayúdame a ver signos de bondad y esperanza en mi vida, en mi comunidad, en el mundo.
No dejes que mire por encima del hombro y ayúdame a ver desde abajo, al lado de los más pequeños.
Ensancha mi mirada, tantas veces interesada, y ayúdame a ver el sufrimiento de los hermanos y mis posibilidades de ayudar.
Purifica mi mirada implacable y ayúdame a mirarme y a mirar con misericordia cuando me equivoco, cuando alguien no hace lo que debe.
Dame una mirada creyente, para descubrirte en mí, en la vida de los que me ayudan y me necesitan, en la belleza de la creación, en los acontecimientos más grandes y más sencillos, más alegres y más duros de la vida.
En fin, Jesús, ayúdame a mirarme, a mirar al Padre, a las personas y al mundo, con el mismo amor con que tú miras a todo y a todos. Amén.


 

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