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Paciencia

 

 
"Ya ves, tres años llevo viniendo 
a buscar fruto en esta higuera, 
y no lo encuentro. Córtala."
(Lc 13,1-9).

La desgracia nos da miedo y, por ello, buscamos las razones que la producen para así evitarla. En tiempos pretéritos, y a lo mejor también hoy, la desgracia era el castigo merecido a la maldad o al pecado. Jesús deshace esta "causalidad" y nos invita "a todos" a la conversión.

En los acontecimientos que suceden cada día podemos leer la contante llamada de Dios a la conversión. No busquemos culpables en los sucesos desgraciados sino que leamos en ellos la invitación a abrirnos a la misericordia de Dios. Sólo así podremos dar los frutos que Dios espera.


La conversión es más que un cambio de imagen, es un cambio de raíz. Es poner lo somos en manos de Dios y pedirle 'haz de mí lo que quieras, estoy en tus manos'. Es aceptar la misericordia entrañable de Dios y su paciencia infinita para dar los frutos del reino.  El protagonista de la conversión, como en todo, es Él y no nosotros. Dejemos que Él nos transforme.

La Cuaresma es tiempo de acoger la Vida del Espíritu.

Sal de tu comodidad, y acoge los frutos del Evangelio. La fuerza de la Palabra te invita y te impulsa. El Señor quiere que vivamos y espera con paciencia nuestros buenos frutos. ¿Cómo aprovecho la paciencia de Dios? ¿Doy pasos de conversión?

 


"Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala."
Cuantas veces cortaríamos de nuestras vidas lo que nos cuesta, lo que nos duele. Apartamos de nosotros lo tóxico, lo que perjudica, lo estéril. Tiramos lo viejo que no usamos, lo inútil. Pero Dios tiene otra forma de mirar y de cuidar. Dios se esperanza y vive de la convicción de que todo puede encontrar su plenitud. No seamos rápidos en borrar de la historia de nuestra vida los fallos, o los errores. Son precisamente los lugares de mayor luz de Dios.

La conversión es una opción personal. Poner la mirada en lo que nos aleja de Dios y los demás. Sin necesidad de mirar lo que otros hacen o quedar atrapados en el mal que nos rodea. Estamos llamados a dar frutos y dejarnos podar para dar lo mejor a Dios y los demás.


La conversión es una nueva oportunidad de ponernos en sus manos para que Él nos haga de nuevo. Dejar atrás lo viejo. Es un cambio de corazón. Con el mismo barro una vasija nueva. No podemos cambiamos sino es con su ayuda, Él nos va a hacer hombres y mujeres nuevos. La verdadera conversión es dejarse hacer por Él, verdadero 'Alfarero del hombre'. La conversión siempre es de corazón, no de 'fachada. '

Transfórmame, Señor. Hazme nuevo con mi barro y tus manos que lo acarician y moldean



Alfarero del hombre

Alfarero del hombre, mano trabajadora
que, de los hondos limos iniciales,
convocas a los pájaros a la primea aurora,
al pasto, los primeros animales.

De mañana te busco, hecho de luz concreta,
de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro,
Vigor, Origen, Meta
de los sonoros ríos de la vida.

El árbol toma cuerpo, y el agua melodía,
tus manos son recientes en la rosa;
se espesa la abundancia
del mundo a mediodía,
y estás de corazón en cada cosa.

No hay brisa, si no alientas,
monte, si no estás dentro,
ni soledad en que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia.
Vivir es ese encuentro:
Tú, por la luz; el hombre, por la muerte.

¡Que se acabe el pecado!
¡Mira que es desdecirte
dejar tanta hermosura en tanta guerra!
Que el hombre no te obligue,
Señor, a arrepentirte
de haberle dado un día las llaves de la tierra.

(Himno de Laudes)






 

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