Tras el anuncio de su pasión, muerte y resurrección, Jesús invita a seguirle tomando la cruz. Absoluta falta de marketing. Mala forma de hacer discípulos. Pero ese no es su interés sino poner absoluta claridad en sus seguidores. Salva su vida quien la pierde por causa de Jesús.
La propuesta de Jesús no lleva a engaño ni confusión. Tiene que padecer mucho, ser desechado por las autoridades religiosas, ejecutado y resucitar. Quien lo siga, ya sabe la ruta. Ganar perdiendo. Si el programa que se sigue es distinto, quizás no se lo siga a él.
Jesús nos invita a tomar nuestra cruz cada día y seguirlo con una entrega total. Esto significa estar dispuestos a enfrentar dificultades y riesgos por amor a Él y por el bien del Reino de Dios. A vivir de fe y comprometernos con el Evangelio
«El que pierda su vida por mi causa la salvará» Tiempos recios vivimos en los que es muy fácil pararnos y esperar que todo pase. Pero él no nos pide eso, nos pide que no nos conformemos y hagamos frente al mal que se trata de imponer. Hagamos de nuestra vida un don por la verdad.
"¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?" Perderse o arruinarse es fácil. A lo largo de la historia se acumulan las vidas perdidas, arruinadas, fracasadas. La Cuaresma se nos ofrece como el tiempo del reencontrase. Con nosotros mismos para que entendamos nuestro valor. Con los demás para vivir en el asombro y en la gratitud. Y con el Buen Dios autor y creador de esta apasionante historia de salvación.
Ganar la vida es entregarla, hacer de ella un regalo para los demás. La vida se gana, se hace más nuestra, cuando la generosidad y el servicio la convierten en regalo para los demás, para el prójimo. Conservar la vida sin darse es convertirla en una carga. Ganamos la vida si la damos, si nos damos, la vida adquiere un valor incalculables, si la entregamos la vida adquiere el valor más grande.
Jesús nos llama a perder la vida con Él… para ganarla de verdad. ¿Qué cosas me sobran para seguirlo? ¿Y qué cosas me faltan?
Tu evangelio es terrible
Cristo,
he oído predicar tu Evangelio
a un sacerdote
que vivía el Evangelio.
Los pequeños, los pobres,
quedaron entusiasmados;
los grandes, los ricos,
salieron escandalizados,
y yo pensé que bastaría predicar
sólo un poco el Evangelio
para que los que frecuentan las iglesias
se alejaran de ellas
y para que los que no las frecuentan
las llenaran.
Yo pensé que era una mala señal
para un cristiano
el ser apreciado por la «gente bien».
Haría falta –creo yo–
que nos señalaran con el dedo
tratándonos de locos y revolucionarios.
Haría falta –creo yo– que nos armasen líos,
que firmasen denuncias contra nosotros,
que intentaran quitarnos de en medio.
Esta tarde, Señor, tengo miedo,
tengo miedo porque sé
que tu Evangelio es terrible:
es fácil oírlo predicar,
es todavía fácil no escandalizarse de él,
pero vivirlo… vivirlo es bien difícil.
(Michel Quoist)
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