Jesús sube al monte a orar. Es un momento de ascesis, de ascenso al encuentro con Dios. Allí se produce la transfiguración. La nube de la santidad de Dios envuelve y produce temor. No se puede atrapar a Dios en un efímero bienestar. Somos llamados a bajar con Él.
Volvemos una y otra vez a la bendita insistencia en el orar. Tan vital como el respirar, cómo el oír la voz de un sanitario especialista, que da un diagnostico a unos síntomas. Orar es dejar nuestras miradas y pensamientos que parten de la carencia y adentrarnos en espacios de abundancia y de luz. Somos los hijos que Dios llama "Elegidos". Sabernos elegidos es sabernos valorados del todo y destinados a tener descendencia. Que es mucho más que herederos de un apellido. Es despertar a la eternidad y a la abundancia del amor de Dios.
¿Por qué la Transfiguración? Porque necesitamos vivir de la belleza. Lo contrario es la "deformación", y hace referencia a lo feo, a lo retorcido, a aquello que no tiene poder de atracción ni de seducción. La Transfiguración es una experiencia de belleza que nos salva.
Transfigúrame Señor
Transforma mis miedos en fe,
mi orgullo en humildad,
mis malos modos en ternura,
mis perezas en prontitud,
mis decepciones en esperanza.
Convierte mis guerras en paz,
mi desánimo en fortaleza,
mis divisiones en unidad,
mis sombrasen luz.
Transfigúrame, Señor.
@ferminnegre en Dejarme hacer
La experiencia del Tabor es reveladora para todo seguidor de Jesús. Ofrece claridad sobre la identidad del Maestro. Ven su rostro transfigurado. Pedro, feliz, quiere hacer tres tiendas. Coloca a Jesús al mismo nivel que Moisés y Elías. Dios lo corrige diciendo: ¡Es mi Hijo!
Brilla su cara, sus vestidos son diferentes, habla con Moisés y Elías... Quieren quedarse, es una experiencia única y maravillosa. Quieren que se pare el tiempo. Pero no puede ser. Lo saben, hay que bajar del Tabor y pisar la tierra y la historia, anunciar el reino. Bajar a la tierra, vivir el Evangelio, comprometerse con el reino, ser agentes de transformación. Sin miedo, llenos de Dios.
Dios es capaz de transformar en gloriosa nuestra pobre realidad pecadora. ¿Estoy dispuesto a que Dios me cambie? ¿Cómo de abierto está mi corazón?
Lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios.
Vivir en el Tabor
Nos gusta volver al Tabor.
Allí, por un instante
te descalzas,
bajas la guardia,
alzas la copa y brindas
por el amor, la amistad,
el Dios evidente
Allí te gusta quién eres,
la música acuna,
el espejo te devuelve
una alegría serena
y estás en casa.
¿Por qué abandonar
este oasis?
¿Por qué renunciar
al afecto seguro,
para regresar
a la tierra inhóspita,
a la gente difícil,
a las preguntas abiertas,
a las rutas inciertas?
¿Quién querría volver
a parajes de sombra,
donde aumentan las cargas
y el amor es esquivo?
Tú callas.
Te alejas de la seducción
de este Tabor envolvente
mientras te adentras
en los días complejos,
las vidas heridas,
la voz de los pobres,
la sed de justicia,
la fe batallada.
Ya a lo lejos, me miras,
y pides que escoja
la celda de oro
o seguir tus pasos.
(José María R. Olaizola, SJ)
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