Un gesto de amor.



PASEO MARÍTIMO DE ALMERÍA
Paseaban una pareja joven, con su cochecillo de bebé de tres meses, esos que parecen regalados por los abuelos, porque tiene pinta de ser carísimos, engalanado por la criatura, vestida de rosa, de arriba abajo y con todos los aditamentos de chupete de plata, mantita bordada, bolsa de coche conjuntada con el resto de elementos… tan orgullosos ellos y tan tranquilos, cuando, de pronto, se arremolinó un montón de gente alrededor de unos guardias civiles que acababan de rescatar, de una patera, el cadáver de una joven negra, de menos de 30 años y el de un bebé de meses, mínimo, por su desnutrición y su deshidratación, que todavía conservaba un hilo de vida, también les acompañaba otro joven varón, que no recuperaba el conocimiento, pero que parecía estar mejor que los otros dos.
Todo el mundo estaba impresionado y gesticulaba enternecido, hasta que, de pronto, la madre blanca le preguntó al guardia civil si podría probar a dar el pecho al niño. Todos se quedaron extrañados ante el valor de la joven y aunque le dijeron que casi ya no merecía la pena pues el niño estaba a punto de morir, como su madre, pues ella, ni corta ni perezosa, se acercó al poyete del paseo se sentó, cogió la mantita rosa de su niña y envolvió al bebé negro, que estaba sucio de arena y otras cosas de la mar. Primero lo abrazó, como queriendo darle calor humano, así un rato, y luego sacó el pecho y le dejó que se deslizaran unas gotas de su leche blanca en la boca del niño, que pareció ignorarlas, hasta que al poco se volvió como con hambre y chupó con un poco más de fuerza, aunque le faltaba vida hasta para comer… poco a poco fue mamando y parecía un globo que se va hinchando… La madre lactante lloraba emocionada, su marido le acariciaba agradecido, como apoyándole, como agradeciéndole el gesto de ternura que estaba teniendo y la hija de los dos dormía plácidamente, quizás sin caer en la cuenta de que estaba compartiendo su banco de alimentos, pero como queriendo dejar a sus padres tranquilos, para que hicieran esa transmisión de vida al niño que acababa de perder a su madre.
Fue emocionante para todos. Nadie que contempló la escena pudo quedar indiferente. El gesto de aquellos padres compartiendo el alimento de su niña tan guapa y tan limpita, con ese bebé sucio y deshidratado, que se recuperó casi inmediatamente, fue un milagro de la vida, del amor, del compartir y del tener un corazón universal, donde caben no solo los de su familia, sino también la gran familia humana.
Propusieron los jóvenes llevárselo a su casa, para compartir menú, o ir ella a dárselo donde le pidieran… no sé como terminaría la historia, pero, me pregunto, si yo hubiera estado allí y hubiera sido una madre lactante, si habría actuado como la madre de la niña “fresita”, o algo me lo habría frenado. Y si yo fuera el padre, qué le diría a mi mujer, o a mi madre, si fuera yo el bebé que compartió el desayuno…
Mari Patxi Ayerra  

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