Recojamos como en una cesta los días, semanas y meses para ofrecerlos al Señor. Agradecemos y pedimos perdón.





Vísperas de la solemnidad de María Santísima Madre de Dios 31-12-13


“El apóstol Juan define el tiempo presente de una manera precisa: “Ha llegado la última hora”. 
Esta afirmación que se repite en la misa del 31 de diciembre, significa que con la venida de Dios en la historia estamos ya en los tiempos “últimos”, después de los cuales el paso final será la segunda y definitiva venida de Cristo.

Naturalmente aquí se habla de la 'calidad' del tiempo, no de su 'cantidad'. 
Con Jesús ha venido la plenitud del tiempo, plenitud de significado y plenitud de salvación. 
Y no habrá más una nueva revelación, pero la manifestación plena de lo que Jesús ha ya revelado.

En este sentido estamos ya en la 'última hora'; cada momento de nuestra vida no es provisorio es definitivo y cada acción nuestra está cargada de eternidad. 
De hecho la respuesta que damos hoy a Dios que nos ama en Jesucristo, incide en nuestro futuro.

La visión bíblica y cristiana del tiempo y de la historia no es cíclica, sino  linear: es un camino que va hacia un cumplimiento. 
Un año que ha pasado por lo tanto no nos lleva a una realidad que termina pero a una realidad que se cumple, es un paso ulterior hacia la meta que está delante de nosotros: una meta de esperanza y de felicidad, porque encontraremos a Dios, razón de nuestra esperanza y fuente de nuestra alegría.

Mientras llega a su término el año 2013, recogemos como en un cesto, los días, las semanas, los mese que hemos vivido, para ofrecer todo al Señor. 
Y preguntarnos: ¿cómo hemos vivido el tiempo que él nos ha donado? 
¿Lo hemos vivido sobre todo para nosotros mismos, para nuestros intereses, o hemos sabido usarlo también para los otros? 
¿Cuánto tiempo hemos reservado para 'estar con él', en la oración, en el silencio, en la adoración?

Y después pensemos, nosotros ciudadanos romanos, también a esta ciudad de Roma. 
¿Qué ha sucedido este año? 
¿Qué está sucediendo, qué sucederá? 
¿Cómo es la calidad de la vida en esta ciudad? 
¡Depende de todos nosotros! 
¿Cómo es la calidad de nuestra ciudadanía? 
¿Este año hemos contribuido en nuestra pequeña capacidad a volverla vivible, ordenada, acogedora?

De hecho el rostro de una ciudad es como un enorme mosaico cuyos azulejos son todos los que allí viven. 
Seguramente quien recubre cargos públicos tiene mayor responsabilidad, pero cada uno es corresponsable en el bien y en el mal.

Roma es una ciudad de una belleza única. 
Su patrimonio espiritual y cultural es extraordinario. 
Y al mismo tiempo en Roma existen tantas personas marcadas por las miserias materiales y morales, personas pobres, infelices, sufridoras, que interpelan la conciencia de cada ciudadano.

En Roma quizás sentimos más fuerte este contraste entre el ambiente majestuoso y cargado de belleza artística y el malestar social de quien hace más esfuerzo. 
Roma es una ciudad llena de turistas, pero también llena de refugiados. 
Roma está llena de gente que trabaja, pero también de personas que no encuentran trabajo o realizan trabajos mal pagados y a veces indignos. 
Y todos tienen derecho a ser tratados con la misma actitud de acogida y equidad, porque cada uno es portador de dignidad humana.

Es el último día del año. 
¿Qué haremos, como actuaremos en el próximo año para volver un poco mejor a nuestra ciudad? 
Roma del año nuevo tendrá un rostro aún más bello si será aún más rica de humanidad, que sabe hospedar, acoger. 
Si todos nosotros estaremos atentos y seremos generosos hacia quien está en dificultad; si sabremos colaborar con el espíritu constructivo y solidario, en favor del bien de todos.

Roma del año nuevo será mejor si no habrán personas que la miran 'de lejos', como a una tarjeta postal, que miran la vida solamente 'desde el balcón', sin involucrarse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que al final... y desde el principio, queramos o no, son nuestros hermanos.

En esta perspectiva la Iglesia de Roma se siente impregnada para dar su contribución a la vida y al futuro de la ciudad. 
Pero es su deber, se siente animada y a animar con la levadura del evangelio, a ser signo e instrumento de la misericordia de Dios.

Esta noche concluimos el Año del Señor 2013, agradeciendo y pidiendo perdón. Las dos cosas juntas, agradecemos y pedimos perdón.

Agradecemos por todos los beneficios que Dios nos ha dado, y especialmente por su paciencia y su fidelidad, que se manifiestan en el sucederse de los tiempos, pero en modo singular en la plenitud del tiempo cuando “Dios mandó a su Hijo, nacido de mujer”.

La Madre de Dios, en cuyo nombre mañana iniciaremos un nuevo tramo de nuestra peregrinación terrena, nos enseñe a acoger a Dios hecho hombre, porque cada año, cada mes, cada día sea lleno de su eterno amor”. 
Francisco.

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