"Dios nos da en Cristo la garantía de un amor indestructible"
" Hoy es a fiesta del
Bautismo del Señor y esta mañana he bautizado a treinta y dos niños.
Doy gracias con
vosotros al Señor por estas criaturas y por cada vida nueva.
¡Cuánto me gusta
bautizar niños!
¡Me gusta muchos!
Cada niño que nace es un don de alegría y de
esperanza, y cada niño que es bautizado es un prodigio de la fe y una fiesta
para la familia de Dios.
El Evangelio de hoy
subraya que, cuando Jesús recibió el bautismo de Juan en el río Jordán "se
abrieron a él los cielos".
Esta cumple las
profecías.
De hecho, hay una
invocación que la liturgia nos hace repetir en el tiempo de Adviento: " Si
rasgaras el cielo y descendieras".
Si los cielos
permanecen cerrados, nuestro horizonte en esta vida terrena está oscuro,
sin esperanza.
Sin embargo,
celebrando la Navidad, la fe una vez más nos ha dado la certeza de que los
cielos se han desgarrado con la venida de Jesús.
Y en el día del
bautismo de Cristo todavía contemplamos los cielos abiertos.
La manifestación
del Hijo de Dios sobre la tierra marca el inicio del gran tiempo de la
misericordia, después que el pecado había cerrado el cielo, elevando como una
barrera entre el ser humano y su Creador.
¡Con el nacimiento
de Jesús los cielos se abren!
Desde que el Verbo
se ha hecho carne y es por tanto posible ver los cielos abiertos.
Fue posible para
los pastores de Belén, para los Magos de Oriente, para el Bautista, para los
Apóstoles de Jesús, para san Esteban, el primer mártir, que exclamó:
"¡Contemplo
los cielos abiertos!".
Y es posible
también para cada uno de nosotros, si nos dejamos invadir por el amor de Dios,
que nos es donado la primera vez en el Bautismo por medio del Espíritu Santo.
Dejémonos inundar
por el amor de Dios.
Este es el gran
tiempo de la misericordia.
No lo olvidéis.
Este es el gran
tiempo de la misericordia.
Cuando Jesús
recibió el bautismo de penitencia de Juan Bautista, solidarizando con el pueblo
penitente - Él sin pecado y no necesitado de conversión -, Dios Padre hizo
escuchar su voz desde el cielo: "Este es mi Hijo amada: en Él me
complazco".
Jesús recibe la
aprobación del Padre celeste, que lo ha enviado precisamente para que acepte
compartir nuestra condición, nuestra pobreza.
Compartir es la
verdadera forma de amar. Jesús no se disocia de nosotros, nos considera
hermanos y comparte con nosotros.
Y así nos hace hijos,
junto a Él, de Dios Padres.
Esta es la
revelación y la fuente del verdadero amor.
Y este es el gran
tiempo de la misericordia.
¿No os parece que
en nuestro tiempo haya necesidad de un suplemento de compartir fraterno y de
amor?
¿No os parece que
todos tengamos la necesidad de un suplemento de caridad?
No esa que se
conforma con la ayuda improvisada que no implica, que no pone en juego, sino
esa caridad que comparte, que se hace cargo del malestar y del sufrimiento del
hermano.
¡Ese sabor adquiere
la vida cuando nos dejamos inundar por el amor de Dios!
Pidamos a la Virgen
Santa que nos apoye con su intercesión en nuestro compromiso de seguir a Cristo
sobre el camino de la fe y de la caridad, la vida trazada por nuestro Bautismo.
… Hoy quisiera
dirigir un pensamiento especial a los padres que han llevado a sus hijos al
bautismo y a aquellos están preparando el bautismo de un hijo.
... Me uno a la alegría
de estas familias, doy gracias con ellos al Señor, y rezo para que el bautismo
de los niños ayude a los mismos padres a redescubrir la belleza de la fe y a
volver de una forma nueva a los sacramentos y a la comunidad".
Ángelus en la fiesta del Bautismo del Señor.
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