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Cristo envió a la Iglesia a comunicar la caridad y la paz de Dios a todos los pueblos.

Hoy celebramos la Epifanía, la “manifestación” del Señor. 
Esta solemnidad está vinculada al pasaje bíblico de la llegada de los Reyes Magos a Belén para rendir homenaje al Rey de los Judíos: un episodio que el Papa Benedicto ha comentado magníficamente en su libro sobre la infancia de Jesús. 
Aquella fue la primera “manifestación” de Cristo a las gentes. 
Por eso la Epifanía resalta la apertura universal de la salvación traída por Jesús. 
La Liturgia de este día aclama: 
“Te adorarán, Señor, todos los pueblos de la tierra”. 
Porque Jesús ha venido para todos nosotros, para todos los pueblos, para todos.

En efecto, esta fiesta nos hace ver un doble movimiento: de una parte el movimiento de Dios hacia el mundo, hacia la humanidad - toda la historia de la salvación, que culmina en Jesús-; y por otra parte, el movimiento de los hombres hacia Dios – pensamos en las religiones, en la búsqueda de la verdad, en el camino de los pueblos hacia la paz, la paz interior, la justicia, la libertad -.
Y este doble movimiento es impulsado por una atracción recíproca.
De parte de Dios, ¿qué nos atrae? es el amor por nosotros: somos sus hijos, nos ama y quiere liberarnos del mal, de las enfermedades, de la muerte, y llevarnos a su casa, a su Reino.
“Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí” 
(Evangelii Gaudiaum, 112).
 Y también de nuestra parte hay un amor. Un deseo: el bien siempre nos atrae, la verdad nos atrae, la vida, la felicidad, la belleza, nos atrae…
Jesús es el punto de encuentro de esta atracción recíproca y de este doble movimiento. Es Dios y hombre, Jesús.
Jesús, Dios y hombre ¿Pero quién toma la iniciativa?
Siempre Dios.
¡El amor de Dios viene primero que el nuestro!
Él siempre toma la iniciativa.
Él nos espera, Él nos invita, pero la iniciativa es siempre de Él.
Jesús es Dios que se ha hecho hombre, se ha encarnado, ha nacido para nosotros.
La nueva estrella que se aparece a los magos era el signo del nacimiento de Cristo.
Si ellos no hubieran visto la estrella, aquellos hombres no hubieran partido.
La luz nos precede, la verdad nos precede, la belleza nos precede.
 Dios nos precede:
El profeta Isaías decía que Dios es como la flor del almendro ¿por qué?
Porque en esa tierra el almendro es el primero que florece, y Dios siempre nos precede, es siempre el primero, nos busca, Él da el primer paso. Dios nos precede siempre.
La gracia de Él nos precede.
Y esta gracia se aparece en Jesús.
Él es la epifanía, Él es Jesucristo es la manifestación del amor de Dios.
Está con nosotros.
La Iglesia está toda dentro de este movimiento de Dios sobre el mundo: su alegría es el Evangelio, es reflejar la luz de Cristo.
La Iglesia es el pueblo de aquellos que han experimentado esta atracción y la llevan dentro, en el corazón y en la vida.
"Me gustaría, sinceramente, me gustaría decir a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, decirlo respetuosamente, decir a aquellos que son temerosos o a los indiferentes:
El Señor también te llama a ti.
Te llama a ser parte de su pueblo, y lo hace con gran respeto y amor.
El Señor te llama, el Señor te busca, el Señor te espera, el Señor no hace proselitismo, da amor, y este amor te espera, te busca, a ti, a ti que en este momento no crees o estás lejos.
Éste es el amor de Dios" (ibid 113).
Pidamos a Dios, para toda la Iglesia, la alegría de evangelizar, porque ha sido «enviada por Cristo para revelar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos » (, 10).
La Virgen María nos ayude a todos a ser discípulos-misioneros, pequeñas estrellas que reflejan su luz.
 Y recemos para que los corazones se abran y acojan el anuncio, y todos los hombres lleguen a ser “beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio” (Ef 3,6). 
 El papa Francisco  en el  Ángelus del 6 de enero 2014

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