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Nada podrá separarme de tu amor.





“Señor mío y Dios mío” 
(Jn 20,28).
 
Saber esperar el momento oportuno para aclarar las cosas es un arte que a veces se nos pasa llevados por la necesidad.
Jesús podía haberse aparecido a Tomás inmediatamente, pero le hubiese humillado.
Dejando pasar el tiempo necesario, pudo recapacitar y manifestar su fe en Jesús. 

A lo largo de su vida Tomás recordaría este episodio.
Lo recordaría cuando las cosas no salían como él esperaba.
  - Señor, eres compasivo y actúas con ternura.

Tan extrema como fue su incredulidad es ahora la respuesta creyente de Tomás.
Hace suyo al Señor que se pone en medio para servir y al Dios que se hace cercano por el amor.
Convierte esta expresión de fe de Tomás en jaculatoria y repítela a menudo.   

Estoy seguro: nada podrá separarme de tu amor.
 
Bienaventurados los creyentes, pues alcanzan la vida nueva que Jesús resucitado nos transmite por su Espíritu, coronando así la obra que el Padre le encomendó. 
 
Señor Jesús, aunque no te vemos con estos ojos de carne,
nuestra ardiente profesión de fe es hoy la del apóstol Tomás,
primeramente incrédulo y después creyente ejemplar:
¡Creemos en ti, Señor nuestro y Dios nuestro!
Vamos buscando razones, pruebas y seguridad absoluta para creer
y aceptar a Dios en nuestra vida personal y social.
Pero tú nos dices: ¡Dichosos lo que crean sin haber visto!
Tú eres, Señor, la razón de nuestra fe, esperanza y amor.
Ábrenos, Señor Jesús, a los demás, a sus penas y alegrías,
porque cuando amamos y compartimos,
estamos testimoniando tu resurrección
en un mundo nuevo de amor y fraternidad. 
Amén.

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