“Jesucristo mediador y plenitud de toda la revelación” (DV n.2).

 

 En Jesús de Nazaret, “Dios realmente visita a su pueblo, visita a la humanidad de una manera que va más allá de todas las expectativas: envía a su Hijo unigénito, Dios mismo se hizo hombre”.

Pero Jesús “no nos dice cualquier cosa de Dios, no habla simplemente del Padre, sino que es la revelación de Dios, porque es Dios, y nos revela así el rostro de Dios”...  "Dios se puede ver, Dios ha mostrado su rostro, es visible en Jesucristo”.... “El esplendor del rostro divino es la fuente de la vida, es aquello que nos permite ver la realidad, (es) la luz de su rostro es la guía de la vida”...
“Algo nuevo sucede con la Encarnación... La búsqueda del rostro de Dios recibe un cambio inimaginable, porque ahora se puede ver este rostro: el de Jesús, del Hijo de Dios que se hizo hombre”.
En Cristo  “se cumple el camino de la revelación de Dios iniciado con la llamada de Abraham, Él es la plenitud de esta revelación, porque él es el Hijo de Dios, y es a la vez "mediador y plenitud de toda la revelación" (Const. Dogm. Dei Verbum, 2)”...
Cristo no es simplemente uno de los mediadores entre Dios y el hombre, sino que es "el mediador" de la nueva y eterna alianza (cf. Hb. 8,6; 9.15, 12.24)..
El deseo de conocer a Dios verdaderamente, “que es ver el rostro de Dios, está presente en todos los hombres, incluso en los ateos”,  porque todos tenemos – a veces sin saberlo--, “este deseo de ver quién es Él, lo que es, quién es para nosotros”....
Lo importante es que (le) sigamos (a Él); no solo en el momento en el que tenemos necesidad, y cuando encontramos un lugar en nuestras tareas diarias, sino con nuestra vida como tal”. Porque la vida del hombre debe dirigirse “hacia el encuentro con Jesucristo, a amarlo; y, en ella, debe tener un lugar central el amor al prójimo, aquel amor que, a la luz del Crucifijo, nos hace reconocer el rostro de Jesús en los pobres, en los débiles, en los que sufren”....
Para el cristiano, “la Eucaristía es la gran escuela en la que aprendemos a ver el rostro de Dios, entramos en una relación íntima con Él; y aprendemos al mismo tiempo a dirigir la mirada hacia el momento final de la historia, cuando Él nos llenará con la luz de su rostro”.
Benedicto XVI

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