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No existe una vida exitosa sin sacrificio.

"La palabra sobre el grano de trigo muerto forma parte de la respuesta de Jesús a los griegos, es su respuesta. Luego, sin embargo, Él formula una vez más la ley fundamental de la existencia humana: `Quien ama la propia vida, la pierde, y quien odia la propia vida en este mundo, la conservará para la vida eterna´ (Jn. 12, 25). Quien quiere tener su vida para sí mismo, vivir sólo para sí, estrechar todo a sí mismo y explotar todas las posibilidades – ese, precisamente, pierde la vida. Ésta se hace aburrida y vacía. Sólo en el abandono de uno mismo, sólo en el don desinteresado del yo en favor del tú, sólo en el “sí” a la vida más grande, propia de Dios, también nuestra vida se hace amplia y grande. De este modo, este principio fundamental, que el Señor establece, en última instancia es simplemente idéntico al principio del amor. El amor, de hecho, significa salir de uno mismo, donarse, no querer poseerse a uno mismo sino más bien hacerse libre de uno mismo: no replegarse sobre sí mismos – qué será de mí - sino mirar hacia delante, hacia el otro – hacia Dios y hacia los hombres que Él me envía. Y este principio del amor, que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la cruz, al misterio de la muerte y de la resurrección que encontramos en Cristo. Queridos amigos, es tal vez relativamente fácil aceptar esto como gran visión fundamental de la vida. En la realidad concreta, sin embargo, no se trata de reconocer simplemente un principio sino de vivir su verdad, la verdad de la cruz y de la resurrección. Y por esto, de nuevo, no basta una única gran decisión. Es sin duda importante atreverse a la gran decisión fundamental, atreverse al gran “sí” que el Señor nos pide en cierto momento de nuestra vida. Pero el gran “sí” del momento decisivo de nuestra vida - el “sí” a la verdad que el Señor nos pone delante – debe luego ser cotidianamente reconquistado en las situaciones de todos los días en las que, siempre de nuevo, debemos abandonar nuestro yo, ponernos a disposición, cuando en el fondo quisiéramos, en cambio, aferrarnos a nuestro yo. A una vida recta pertenece también el sacrificio, la renuncia. Quien promete una vida sin éste don siempre nuevo de sí, engaña a la gente. No existe una vida exitosa sin sacrificio. Si echo una mirada retrospectiva sobre mi vida personal, debo decir que precisamente los momentos en los que he dicho “sí” a una renuncia, han sido los momentos grandes e importantes de mi vida".
De la homilía pronunciada hoy por el Santo Padre Benedicto XVI, en la Santa Misa de Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.

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