No podemos guardar luto mientras nos sobran los motivos para estar vivos. Las pérdidas que acumulamos a lo largo de una vida no pueden paralizarnos. No llores porque se termine, agradece que ocurra. Es nuestro afán por retener, por poseer, por asegurar, lo que nos roba la vivencia sagrada del asombro. Pedimos el pan de cada día. La alegría de cada día. El amor de cada día. Si lo acumulamos, si no lo servimos y lo damos, se malogra y se tira. Sólo por hoy recordemos las más de cien razones y más de cien motivos, para no cortarnos de un tajo las venas.
Una de las notas características de la predicación de Jesús es la novedad. Esta "novedad" no puede acogerse con fórmulas o esquemas o actitudes antiguas. Resulta necesaria una profunda conversión personal, sin la cual todo se estropea. Está claro: "A vino nuevo, odres nuevos".
Así ese algo nuevo que esperamos y que nos transforma no es una cosa, un objeto, un libro, una lista de mandamientos... sino una relación de amistad, un encuentro personal fundamentado en el amor. Es un encuentro entre personas, Jesús y nosotros.
Es un encuentro de amor, como un novio con una novia. La alegría del encuentro forma parte de la novedad. Dejar lo viejo, el pasado, con lo viejo.
El vino nuevo se tiene que echar en odres nuevos para que no se estropee ni desparrame. El evangelio es vino de alegría, de vida abundante que no se puede contener en odres viejos, en esquemas obsoletos y caducos. Es la novedad que siempre se estrena y nos renueva.
Nos cuesta dejar nuestras rutinas y prejuicios.
Nos cuesta aceptar la novedad, sobre todo si esa novedad exige un cambio por nuestra parte.
Nos cuesta aceptar la novedad del Evangelio,
Haznos odres nuevos, para dejarnos encontrar por ti, porque a veces creemos que, cuando te buscamos,
Haznos odres nuevos, para seguir el camino que nos señalas, porque no estamos convencidos
Haznos odres nuevos, Señor.
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