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Cada vida cuenta


“Desde el sepulcro 
dos endemoniados  salieron 
a su encuentro.” (Mt8, 28-34).

Hay épocas de nuestras vidas que saben a sepulcro. Que las dificultades nos entierran y nos demonizan. Sin esperanza, sin ilusión, sin nada que agradecer o valorar.  Pero si salimos a su encuentro, si buscamos a Jesús, Él tiene poder y compasión para rescatarnos, para ofrecernos esperanza. Él hace nuevas todas las cosas. Comenzando por nosotros mismos. Confiemos en salir de nuestros momentos más oscuros con su luz que siempre ilumina.



“Lo salvó de todas sus angustias…” (Sal 33)  
El afligido te invoca y tú escuchas todas las invocaciones… y le salvas de sus angustias. Pongo ante ti Señor, a tantos afligidos,  a tantos atribulados,  a tantas personas que sufren en nuestro mundo, con enfermedades, con situaciones existenciales críticas, en medio de la guerra, del hambre, de la desolación… Sálvales de sus angustias.  Por tu misericordia.
 
Los dos endemoniados son personas marginadas. Piden ser liberados. La valoración que hace el pueblo entero de esta buena acción es egoísta y miserable. El bien de la persona está condicionado a los intereses económicos. 
Algo que hoy aún no se ha superado.


"Le rogaron que se marchara de su país"
Por encima de todo está la persona, todo lo que le hace daño tenemos que echarlo fuera, extirparlo de su realidad. Los poseídos han recuperado su dignidad, vuelven a casa, a su pueblo, a su lugar, del que habían sido expulsados. Jesús no duda entre la persona y los bienes, lo primero es la persona. Ante la persona que sufre, ante el mal que hace daño a los hombres y mujeres de este mundo... nuestra opción es clara: la persona y luchar contra el mal. Como Jesús.

Dios de bondad infinita, 
yo sé que Tú siempre escuchas mis clamores 
y que nunca me abandonas. 
Te pido que me des la fe 
para confiar en tiempos de dificultad 
y fortaleza para seguir adelante, 
sabiendo que Tú estás conmigo siempre.
 
Señor, líbranos de todo aquello 
que nos impide acogerte con un corazón abierto y sincero. 
Líbranos de todo lo que nos impide vivir 
con libertad y amor. 
Tú, Hijo de Dios, tienes poder sobre el mal y misericordia para sanar nuestras heridas. 
Rompe nuestras cadenas, despierta lo mejor de nosotros 
y haznos testigos de tu amor liberador. 
Amén.

 

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