LA MISIÓN DEL PAPA: CONFIRMAR EN LA FE, CONFIRMAR EN EL AMOR, CONFIRMAR EN LA UNIDAD.
Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo
«confirmar». ¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma?
1. Ante todo, confirmar en la fe.
El Evangelio habla
de la confesión de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt,
16,16), una confesión que no viene de él, sino del Padre celestial.
Y, a raíz
de esta confesión, Jesús le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia» (v. 18).
El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su en la
confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en virtud de una gracia donada
de lo alto.
En la segunda parte del Evangelio de hoy vemos el peligro de pensar
de manera mundana.
Cuando Jesús habla de su muerte y resurrección, del camino
de Dios, que no se corresponde con el camino humano del poder, afloran en Pedro
la carne y la sangre: «Se puso a increparlo: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor!”»
(16,22).
Y Jesús tiene palabras duras con él: «Aléjate de mí, Satanás.
Eres
para mí piedra de tropiezo» (v. 23).
Cuando dejamos que prevalezcan nuestras
Ideas, nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no nos dejamos
instruir y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en piedras de tropiezo.
La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la
Iglesia.
2. Confirmar en el amor.
En la Segunda Lectura
hemos escuchado las palabras conmovedoras de san Pablo: «He luchado el noble
combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (2 Tm 4,7).
¿De qué
combate se trata? No el de las armas humanas, que por desgracia todavía
ensangrientan el mundo; sino el combate del martirio.
San Pablo sólo tiene un
arma: el mensaje de Cristo y la entrega de toda su vida por Cristo y por los
demás.
Y es precisamente su exponerse en primera persona, su dejarse consumar
por el evangelio, el hacerse todo para todos, sin reservas, lo que lo ha hecho
creíble y ha edificado la Iglesia.
El Obispo de Roma está llamado a vivir y a
confirmar en este amor a Jesús y a todos sin distinción, límites o barreras.
3. Confirmar en la unidad.
Aquí me refiero al
gesto que hemos realizado.
El palio es símbolo de comunión con el Sucesor de
Pedro, «principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de
la comunión» (Lumen gentium, 18).
Y vuestra presencia hoy, queridos hermanos,
es el signo de que la comunión de la Iglesia no significa uniformidad.
El
Vaticano II, refiriéndose a la estructura jerárquica de la Iglesia, afirma que
el Señor «con estos apóstoles formó una especie de Colegio o grupo estable, y
eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él» (ibíd. 19).
Y
prosigue: «Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y
la unidad del Pueblo de Dios» (ibíd. 22).
La variedad en la Iglesia, que es una
gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico
en el que las teselas se juntan para formar el único gran diseño de Dios.
Y
esto debe impulsar a superar siempre cualquier conflicto que hiere el cuerpo de
la Iglesia.
Unidos en las diferencias: éste es el camino de Jesús.
El palio,
siendo signo de la comunión con el Obispo de Roma, con la Iglesia universal,
supone también para cada uno de vosotros el compromiso de ser instrumentos de
comunión.
Confesar al Señor dejándose instruir por Dios; consumarse
por amor de Cristo y de su evangelio; ser servidores de la unidad. Queridos
hermanos en el episcopado, estas son las consignas que los santos apóstoles
Pedro y Pablo confían a cada uno de nosotros, para que sean vividas por todo
cristiano.
Que la santa Madre de Dios nos guíe y acompañe siempre con su
intercesión: Reina de los apóstoles, reza por nosotros.
Amén.
(Basílica
Vaticana, 29 junio 2013)
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