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La salvación de Dios




“Toda carne verá la salvación de Dios” (Lc 3, 1-6).
Todo acabará bien.
No hemos sido creados para la muerte ni para el dolor, ni para el odio.
Es el amor lo que nos conforma.
Es el bien el que tiene la última palabra.
Dios tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros.
¡Es hora de quitarse el luto! (Bar 5,1-9)




En el mes duodécimo del año dos mil dieciocho d.C., en medio de un mundo dividido y convulso, con violencia y opresión, con millones de hambrientos y empobrecidos, viene la Palabra de Dios sobre cada corazón que lo aguarda con esperanza.
Alégrate.

Preciosa la imagen plasmada en el Evangelio lo difícil: no ser sordos a la voz que grita, allanar en nuestra vida, rebajar, enderezar, hacerla camino llano para que por él pase la Salvación.

Sólo si Cristo nace en nuestro corazón, la Navidad tendrá un valor y comenzaremos a vivir el cielo en la tierra.


¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Y que te sirvas de mí, para anunciar tu llegada
Y que me concedas la humildad, para saber que no soy sino tu siervo
Y que me hagas ver los signos de tu llegada
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Y colaborar contigo para que, tu Reino, sea una pronta realidad
Y que venga tu Palabra sobre mí y me empuje a proclamarla
Y que, sin miedo al que dirán, anuncie y denuncie lo que falta en el mundo
Y que, sin miedo a la prueba, anuncie y denuncie lo que sobre en el mundo
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Y que viva este momento, como un momento de gracia
Y que viva mi vida, como una llamada a darme por los demás
Y que viva mi existencia, como un pregón de esperanza
Y que viva mis días, sabiendo que Tú –tarde o temprano- llegarás
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Y ser un heraldo, aunque sea minúsculo, de tu presencia
Y ser un heraldo, aunque sea insignificante, de tu llegada
Y ser un heraldo, aunque me asalten las dudas, de tu grandeza
Y ser un heraldo, aunque me cueste el desierto, de tu nacimiento
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR¡
Rescatando, de los caminos perdidos, a los que andan sin esperanza
Levantando, de los caminos torcidos, a los que cayeron abatidos
Alegrando, de los caminos melancólicos, a los que dejaron de sonreír
Recuperando, de los caminos confundidos, a los que creyeron tenerlo todo
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Un constructor de sendas para los que te busquen
Un arquitecto de autopistas para los que te deseen
Un elevador de puentes, para los que te quieran encontrar
Un ingeniero de pistas, para los que quieran vivir contigo
Javier Leoz

María susurro suave en nuestro desierto, camino preparado, senda allanada, valle relleno, monte rebajado.
En ella todo enderezado pues en su carne está ya la 'salvación de Dios'.



La flor más hermosa que ha brotado de la Palabra de Dios es la Virgen María.
Ella es la primicia de la Iglesia, jardín de Dios en la tierra.
Pero, mientras que María es la Inmaculada, la Iglesia necesita purificarse continuamente, porque el pecado amenaza a todos sus miembros.
En la Iglesia se libra siempre un combate entre el desierto y el jardín, entre el pecado que aridece la tierra y la gracia que la irriga para que produzca frutos abundantes de santidad.
Pidamos, por lo tanto, a la Madre del Señor que nos ayude en este tiempo de Adviento a "enderezar" nuestros caminos, dejándonos guiar por la Palabra de Dios.

Que la Virgen María, que es Madre y sabe cómo hacerlo, nos ayude a derrumbar las barreras y los obstáculos que impiden nuestra conversión, es decir, nuestro camino hacia el Señor.
¡Sólo Él, Jesús, puede realizar todas las esperanzas del hombre!

A la materna intercesión de María, Virgen de Adviento, confiamos nuestro camino al encuentro del Señor que viene, para estar preparados a acoger, en el corazón y en toda la vida, al Emanuel, Dios-con-nosotros.



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