“Lleno de fe y del Espíritu Santo” y “lleno de fortaleza”.




“No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre”. 
(Mt 10, 19-20).

  Nace Jesús, el príncipe de la paz, y en torno a Él surgen la persecución y el martirio.
¡Qué misterio!
Al día siguiente de la Navidad la Iglesia celebra la fiesta del primer mártir cristiano: San Esteban.
El primer hombre de esta nueva etapa del Nuevo Testamento en quien mejor llegó hacerse carne y sangre la Palabra.
De la ternura que trae El Niño-Dios pasamos a la dureza que conlleva ser testigo del Verbo hecho carne. 

Apenas estamos celebrando el inicio de la vida y ya nos encontramos con la muerte de san Esteban.

 Es la manera de recordarnos que para el cristiano el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra en la vida porque el Dios que nace en la debilidad de nuestra carne es también el Cristo, Señor de la vida y de la muerte!
En un mundo donde Dios no pinta (casi) nada, dar la cara por Él es un acto de rebeldía y profetismo.
¡Gracias, Esteban, por hacer de tu vida y de tu muerte un don para los demás!

"Cristo nace cada día, y por mucho que queramos matarlo, nacerá día tras día, minuto a minuto, en cada hombre que quiera aceptarlo".
Abre el corazón y los brazos para acoger la ternura de Dios.

Jesús ha nacido para comunicarnos la vida de Dios, que es el amor, es decir, para dar su vida por amor.
Y es este amor la luz que ilumina la noche de la humanidad, la oscuridad del odio.
Jesús nos trae paz, amor, perdón, fraternidad, misericordia, justicia...
Valores que no están de moda en un mundo donde prevalece la violencia la venganza, el odio la injusticia, el individualismo...
Así que no es de extrañar que a muchos les resulte un Dios "incómodo".
Al recordar el martirio de San Esteban, la liturgia nos avisa de que acoger al niño nacido en Belén significa en definitiva asumir su mismo modo de vida: tratar de hacer de nuestra vida una entrega por amor.
Y esto puede, extrañamente, atraernos el odio de este mundo. Pero no hay que temer: esto será ocasión para dar testimonio ante el mundo de ese mismo amor, de perseverar, a pesar de los pesares, en esa voluntad de amar hasta el final. 


Al leer hoy tu Palabra me pregunto:
¿Cómo doy testimonio de ti?
¿Qué hace de un creyente ser profeta?
¿Qué me pides como profeta de tu reino?
Y sé que quieres que más que profeta sea profecía,
anuncio comprometido, denuncia subversiva,
alegría desbordante, optimismo movilizador
y esperanza fundamentada.

Y sé que quieres que afronte con serenidad
el rechazo que vivo cuando te vivo,
el rechazo que experimento cuando te anuncio,
el rechazo que en mi propia “tierra” veo
que causa la radicalidad de tu mensaje y el escándalo de la cruz.

Al leer hoy tu Palabra me pregunto:
¿Qué tipo de profeta soy? 
¿Qué genera en mí ser profeta?
¿Qué me exige ser profeta?

Y me doy cuenta que a veces me puede la cobardía
o la incoherencia o mi falta de autenticidad y valentía.

Y me doy cuenta de que confías siempre en mí.
¡Mucho más de lo que a veces creo!
¡Mucho más de lo que a veces aprovecho!
¡Mucho más de lo que a veces me merezco!

Señor, hazme profeta.
Hazme profecía.
Señor, que no tema tanto el rechazo
como la esterilidad que produce hacer lo de siempre,
lo que todos, lo que se lleva…
simplemente por evitar el conflicto
y la reacción que provoca escuchar tu Palabra
y ponerla en práctica,
ponerla en práctica y dar testimonio profético
de que lo de tu reino es verdad y vida verdaderas. 
Así sea


oscaralonso©oracionesdiarias



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