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Magnificat




“Proclama mi alma 
la grandeza del Señor, 
se alegra mi espíritu 
en Dios, mi salvador…” 
(Lucas 1, 46-56).  

Sueña, no te canses de soñar, de creer que todo puede ser diferente, que el mundo, la gente, lo que te rodea, puede cambiar.
La utopía siempre es el motor que nos mueve.

A María, la mujer de ojos nuevos, le brota la alabanza, la alegría, la gratitud ante el obrar sin medida de Dios.
Sus palabras orantes reflejan el Rostro de un Dios humano, metido en la historia de la Humanidad, siempre al lado de los pobres.

Suena a revolución.
El canto que entona María recoge la conmovedora fidelidad de Dios que viene a exaltar a los despreciados de la tierra.
Es el himno de los pobres que ven realizado sus sueños.

"Si quitásemos la pobreza del Evangelio, no se entendería nada del mensaje de Jesús" (Papa Francisco).

¡Qué difícil es tener hambre de Dios cuando estamos rodeados de tanto materialismo y satisfacciones inmediatas!
Busquemos con ahínco un corazón puro y humilde, que sepa saciar nuestra inquietud con amor

María conoce ese hambre que Dios viene a colmar, María tiene ese deseo, esa pasión de vivir.
Dios sabía que iba a encontrar en ella un hambre y una sed suficiente, por eso le pidió que llevara en su seno a su Hijo.
Esta es la revolución de Dios que ha empezado por una joven mujer: el amor se ha hecho carne gracias al si de María. 

Dios actúa siempre en la historia de la humanidad.
Lo hace contando con la colaboración de quienes se hacen pequeños y le sirven de corazón.
Sin ostentación, sin protagonismo, en el silencio de unas vidas sencillas. Prepara el corazón para adorar y agradecer.

Hoy es un día hermoso para hacer nuestro propio MAGNIFICAT.
El canto de tu vida que manifieste lo que Dios ha hecho por ti.

A las puertas de la Navidad, reconoce las maravillas que Dios hace en ti. Deja que esta experiencia de Dios inunde tus raíces creyentes.


Alaba a Dios por las maravillas que obra en ti.
Exalta su misericordia al implicarse en nuestra historia a favor de los pobres y los últimos. 
Recuerda que Dios es fiel y cumple sus promesas.
Haz tuyo el Magnificat.
Vive con gozo esta Navidad la presencia de Dios con nosotros.



Tengo necesidad de decirlo, porque lo siento dentro como una tormenta.
Tengo que proclamar bien fuerte lo que Tú, Señor, has hecho conmigo,
lo que haces en la historia de la humanidad.

Tú, Dios creador del cielos y la tierra,
me amaste, aún antes de que yo abriera los ojos a la luz de este mundo.
Cada Navidad y cada día te vistes de carne, para que te vea.
Me miraste con cariño, sonriendo, y me invitaste a seguirte,
a vivir contigo y como Tú.
Diste tu vida por mí, porque me amas, para que te ame.
Abriste tu corazón para que entrara;
me regalaste tu mismo Espíritu para que reviviera.

Contaré lo que Tú, Señor, has hecho conmigo.
Viniste un día a mí y te quedaste conmigo.
Me dijiste que me amabas y que contabas conmigo.
Me hablaste de mis hermanos, los hombres y mujeres
y me diste el deseo de entregarles mi cariño, mi tiempo, mi vida.
Me sedujiste y acepté el reto, un reto que se repite cada día,
una misión que da sentido a mi vida.

Contaré lo que Tú, Señor, haces en la historia del mundo.
Dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes.
A los hambrientos los colmas de bienes y a los ricos los despides vacíos.
Auxilias con misericordia a los pequeños, a los pobres, a los que sufren.

Diré también lo que Tú, Señor, me pides: que ame, sólo eso,
Que te ame a ti y a mis hermanos y hermanas.
Me aseguras tu fidelidad, que nunca se aparta de mi vida,
porque aunque yo falle, Tú siempre estás conmigo.

Todo esto y mucho más has hecho, Señor.
Tenía necesidad de decirlo, de alabarte y darte gracias,
 como lo hizo María de Nazaret, en su canto de alabanza:
PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DE TU AMOR. 
MIL GRACIAS, SEÑOR. 



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